ESTABA calibrando la posibilidad de encabezar estas líneas con el título El extraño caso de la ruinosa España y la exitosa roja parafraseando la conocida obra de Stevenson, cuando temiendo su recorte en la redacción he tenido la fortuna de dar con algo más breve y oportuno de Mark Twain, aunque cierto es que, El extraño caso del Doctor Jekill y Mr Hyde plantea mejor la esquizofrenia del caso que nos ocupa y en el que un mismo personaje se desdobla para la historia, cual Príncipe y mendigo, pues por desgracia, ni aun aplicando la ecuación de Dirac, a falta de colonias, contamos con una Antiespaña que sufra por separado los males mientras en positivo gozamos de la fiesta perpetua.
Llevo meses intrigado por saber cómo sobrellevan personalmente nuestros representantes democráticos y deportivos el incómodo fenómeno coincidente de que cuanto mejor nos van las cosas en los campos, pistas, circuitos y canchas, peor lo pasamos en bolsa, deuda, paro e impuestos... y viceversa. Sería interesante sondear si acaso estuvieran dispuestos a sacrificar nuestra economía si con ello garantizásemos una segunda Copa del Mundo en la próxima cita de Brasil 2014. Mas como quiera que el acceso a amplio número de ellos me está vedado, he tomado la iniciativa de operar a otra escala para mí más accesible, la de acudir a una oficina del INEM, infiltrarme en la cola que hacen los inmigrantes para obtener los papeles en una comisaría y merodear por los alrededores de un comedor social para averiguar qué opinan los mendigos del asunto y así, poderme hacer una idea.
Mira que uno ha estudiado en literatura la evasión de la realidad que supuso el Romanticismo o en psicología los mecanismos de inhibición que operan en el cerebro para no sufrir daño, como darse de baja por medio del coma, y con todo no deja de sorprenderme que en estos lugares la gente, en vez de estar echando pestes contra el gobierno, tramando venganza contra la banca, organizándose en grupos de afinidad para dar cumplida respuesta al resto de la sociedad que les maltrata, resulta que discutían sobre si el césped estaba seco y que los polacos no lo regaron a propósito, lo grande que es Fernando y que se le ve buen chaval, que Nadal se lo merece todo y más, y por supuesto, que España es la mejor selección que ha habido nunca en la historia del fútbol.
El último comentario se lo escuché a un pobre hombre, desdentado, en camiseta de blanco isabelino con los vaqueros roídos y en alpargatas, que trajo a mi memoria aquellas lecciones del antiguo Consultor de primaria, donde se presentaba a España como la primera potencia exportadora de naranjas y con las mayores minas de mercurio, cosa de la que por unos días me sentí super orgulloso con ocho años hasta que mis antipatriotas padres me hicieron ver la diferencia, por una parte, entre las naranjas y el petróleo y, por otra, entre el mercurio y el oro.
Allí nadie hablaba de crisis, recortes, desahucios, corrupción, copago, menos de hacer la revolución y cosas de esas que se charlan en los corrillos del 15-M o en las tertulias radiofónicas. A lo más que se le aproximó una conversación fue a quejarse de algunos empleados de supermercado que trapichean con los productos caducados reservándoselos a los jubilados en vez de ponerlos a disposición de todos en los contenedores "¡como se ha hecho siempre!". Y es que, bastante tienen con sobrevivir como para ocuparse de otras cosas.
Tras esta pequeña investigación de campo, se podría concluir que la población es pobre pero alegre, porque lo de honrada hace tiempo que no se pretende, o que la procesión va por dentro. Pero por muy dentro debe de ser, pues no faltan pobres vergonzantes vistiendo la camiseta de la selección que como un senegalés que acababa de recibir la nacionalidad, salen a la calle dando saltos de alegría gritando eso de "Yo soy ¡español! ¡Español! ¡Español!".