EN la vida social, la mentira es una realidad más o menos disfrazada, pero siempre presente. Desde la absoluta deslegitimación de ETA a partir de 1977 y con motivo de sus constantes ataques a la convivencia pacífica, hemos venido oyendo que sin terrorismo, "todo es posible". Se refiere la divisa naturalmente y con carácter preferente a las posibilidades del nacionalismo vasco. Y cualquier buen entendedor la traduciría por la posibilidad no solo de opinar, sino de conseguir en vía democrática logros satisfactorios por parte de la minoría vasca.
Sin embargo, hete aquí que ya tenemos un ministro de Interior que asegura en una sesión de control parlamentario: "No hay conflicto político con el País Vasco; lo que hay son puntos de vista diferentes". Pues no, ¡señor ministro! Aunque su opinión es tan legítima como cualquier otra, un ministro parece que debe ser comedido en sus manifestaciones y si es cierto que hay puntos de vista diferentes -en este contexto los de los nacionalistas vascos y los de los nacionalistas españoles-, son puntos de vista conflictivos y políticos. Y eso, en castellano castizo, es "conflicto político". Negarlo, cuando ni siquiera se tiene el pretexto de ETA, es ya falsear la realidad. Con ello, el ministro se acerca a la premonición de Lauaxeta: "¿Baña aberri ama aldezteko/enauk itxiko kate-barik? ¡Eure erri orri azkatzeko/etxak iriko espetxerik!". El ministro, como tantos otros, se empeña en negar que muchos vascos -otros vascos, no- se sienten encerrados en una prisión política y ni el Gobierno anterior, ni el actual, ni el propio ministro parecen estar dispuestos a reflexionar seriamente sobre la forma de intentar resolver el problema satisfactoriamente para todos, o al menos para una importante mayoría de las distintas sensibilidades.
El ministro niega la existencia del conflicto después de decir, refiriéndose a ETA, que es preciso escribir "la verdadera historia." Así es. Se debe escribir la verdadera historia. En esto, mi acuerdo con el señor ministro es total. Pero es ya un mal principio para ello negar la evidente existencia de un conflicto político; alterar de este modo el hecho inconcuso de que ETA nace al calor de ese conflicto, entre contiendas e incomprensiones en el seno del nacionalismo vasco, y no precisamente por generación espontánea.
Además, ETA no ha sido una entidad de trayectoria uniforme. Hay en su historia dos períodos sustancialmente diferentes. El primero, desde su origen, empezando en 1957 y tomando carta de naturaleza con el Manifiesto de 1959 (De Pablo, Mees y Rodríguez Ranz, El Péndulo Patriótico), hasta la reunión de Xiberta en 1977; el segundo, desde entonces hasta nuestros días.
Dentro del primer período, empezó en una línea básicamente afín a los nacionalismos vascos de todos los tiempos, hasta en la vertiente religiosa de gran parte de este nacionalismo, como se ve en el manifiesto mencionado. Desde 1962 fue basculando hacia posiciones que sin grandes matices podemos calificar de marxistas. Tampoco empezó con un programa de violencia contra las personas, pero también evolucionó en esa dirección (Pardiñas y Manzanas, culminando su acción violenta en el atentado del almirante Carrero Blanco). Desconocer la realidad de que en este período la actitud etaísta no es fácil de reprobar, al menos en su totalidad, con honestidad intelectual a la luz de la doctrina clásica del tirano -por ejemplo, de Santo Tomás de Aquino, (entre otras obras Summa Theologiae, Iª IIæ, q. 105, a 1; 96 a.4; IIª IIæ q. 42, a 1 y a 2 ad 3; q 90 a 1 ad 3; q.104, a 6, ad 3)- es, a mi juicio, adoptar una actitud cuando menos discutible en el terreno ético. Y, por ello, muchos no vimos negativamente la acción de ETA en este primer período, pese a que hemos creído siempre que, al menos hoy en día, la violencia debe evitarse en lo posible, y bajo este punto de vista ETA terminó -no empezó- errando también en el primer período mencionado.
A partir de 1977, al rechazar la participación en un sistema fundamentalmente democrático, ETA se deslegitima y se convierte, a mi entender, en una banda de forajidos. Pero también en esta segunda etapa hay dos fases, porque ETA político-militar, que se había escindido de la organización ya en 1974, se adhiere en 1982 al sistema democrático, dejando la acción armada en manos del grupo más fanático y radical. Todo ello lo hemos vivido más o menos de cerca, sobre todo, en Euskadi, las personas que tenemos ahora sesenta años o más.
Ahora bien, si la veracidad en lo referente a ETA es importante, hoy, a partir del momento en que deje de existir definitivamente, el horizonte futuro me parece otro. Se trataría de intentar encarrilar como "sabidores" y de "buen seso" que diría el canciller López de Ayala, una convivencia respetuosa en todas las direcciones y fecunda para todos. Esta perspectiva futura exige, a mi entender, la adhesión a algunos principios básicos que resumen el respeto a las minorías. Entiendo que podríamos establecer los siguientes:
-Ante todo, "ajustar a la realidad la visión" que se tiene de ella. Es casi seguro que las visiones de las partes no van a ser coincidentes, y ello requiere un esfuerzo por entender las visiones ajenas, aceptarlas aun cuando sea con matices y partir de la disposición a respetarlas. Particularmente en una sociedad plural como la de Euzkadi. En esto consiste, a mi entender, el "reconocimiento", prerrequisito necesario para iniciar el proceso.
-Aprecio de la diferencia y de su valor, sin lo cual es muy difícil de practicar lo que antecede.
-El reconocimiento es necesario; no suficiente. Se requiere abordar esa realidad reconocida con un esfuerzo de reflexión que amplíe el campo de comunicación para acercar posiciones y encontrar vías de solución al conflicto.
-Convicción desde el principio de que van a ser necesarios sacrificios y renuncias tanto por parte del grupo mayoritario, como de los minoritarios
-Disposición de las partes a operar con lealtad durante todo el proceso y a sujetarse al principio de reciprocidad: las necesarias cesiones deben ser recíprocas.
Indudablemente un proceso que exige tales condiciones es, en sí mismo, difícil de conducir, pero merece la pena abordarlo con ilusión. Es más que probable que solo una concurrencia de grandes intereses mutuos, bien explicados, entendidos y gestionados, lo haga razonablemente posible y eficaz. Y digo bien explicados y entendidos porque es imprescindible que los gestores del proceso -las distintas fuerzas políticas del Estado y de las minorías en cuestión- hagan una labor pedagógica para intentar ir aproximando lo que los miembros de su respectivo grupo creen que es, a lo que realmente es. Esa tarea es particularmente necesaria en el grupo mayoritario que históricamente ha servido de núcleo para homogeneizar la convivencia y la ha impuesto.
Finalmente, en todo este asunto no es solución, desde luego, ni facilita el camino para conseguirla, engañarse a sí mismo y engañar a los demás aludiendo a los nacionalismos no estatales con calificativos peyorativos que sólo sirven para enconar las relaciones.