UNA noticia de prensa que nos presentaba a un científico afirmando con convicción que "no parece necesario acudir a nada sobrenatural para explicar que estemos aquí. Dios es una idea, como todas, construida por los códigos cognitivos", me ha hecho mirar a mi alrededor mental y pensar. ¿No estamos los humanos demasiado dispuestos a defender con rotundidad la verdad, que desde luego es la nuestra?
Este científico tiene todo el derecho del mundo a ver que el mundo es fruto del azar y Dios no existe, con la misma seguridad con que otros afirmamos que Dios no solo existe, sino que es el principio de todo. En el fondo se trata de un choque de trenes entre dos opiniones que dominan en el mundo, una es la de las religiones y la otra la de aquellos seguidores de las ciencias que han elevado a dogma sus conocimientos.
Pero es que, además los humanos nos hemos inventado o vamos inventando otro tipo de "religiones" dicho así entre comillas. Son esas nuestras verdades profundas incrustadas en nuestro interior y que son parte de nosotros mismos. No hay que olvidar que somos una mezcla bien fraguada de genes heredados, posturas heredadas ante las grandes preguntas, visión de pueblo en que nacimos, descubrimientos que hemos ido haciendo en los estudios y en el trato con la cuadrilla de amigos, consignas de líderes políticos a quienes seguimos casi a ciegas y sin rechistar aunque veamos sus contradicciones, porque son los nuestros.
Este cuerpo de religiones y pseudorreligiones, que nos marca con sello personal, tiene sus peligros. No somos anacoretas aislados, sino miembros de comunidades humanas en las que debemos vivir en relación con otros. Y, si no acertamos a abrirnos en diálogo hacia los que piensan diferente, algunos cercanos y otros lejanos, unos amigos y otros no tanto, corremos el peligro de convertir nuestras vidas en pugilatos, a veces sangrientos. Incluso podemos llegar, y llegamos, a los enfrentamientos, las descalificaciones e incluso violencias y muertes, que de todo ha habido y hay aquí y en otras partes en estos tiempos en que vivimos.
Esto es grave y serio, sobre todo en esta situación crítica de cambio en la que el mundo en que nacimos y vivimos se está viniendo abajo y vamos entrando en otro que no sabemos cómo será, pero en el que la globalización nos ha acercado a todos. Estamos muy juntos, casi demasiado juntos. No podemos mirar hacia otro lado aunque nos cueste tanto el tener en cuenta a quienes viven codo a codo con nosotros. Somos diferentes llamados a convivir, entendernos y ayudarnos, no tenemos más remedio.
Bajémonos de nuestras seguridades excluyentes y abrámonos a una humilde búsqueda en diálogo. Aprendamos a deliberar escuchando lo que opinan otros. ¿Tenemos visiones diferentes? Tenemos derecho a ello, pero defendámoslas sin enfrentamientos y con buen fair play, con respeto y apertura de mente y espíritu. Así ponemos en acción esa obra de orfebrería que es nuestra racionabilidad. ¿Cómo se hace eso sin perder nuestras seguridades interiores? Seguiremos hablando.