SITUADO en el centro de Londres, entre el ferroviario Aldwych, el distinguido Strand y no lejos del turístico Covent Garden, se encuentra Bush House, un imponente edificio inaugurado en 1925 por Lord Balfour, el político escocés que propició el asentamiento del pueblo judío en Palestina tras la Segunda Guerra Mundial. En su día, Bush House tuvo el dudoso honor de ser catalogado como el inmueble más caro del mundo. Diez millones de dólares de los de la época dicen que fue su coste total.
Desde entonces, Bush House ha albergado a BBC Radio; más concretamente al World Service Radio, un mito del periodismo durante años y que ahora parece languidecer acuciado por problemas económicos. Se rumorea que parte del edificio pasará a ser propiedad de la London School of Economics, cuyo campus no está muy lejos del entorno.
La contribución del World Service Radio de BBC ha sido inmensa, no solo por el tipo de periodismo que ha venido haciendo sino por su difusión en más de una veintena de lenguas que abarcaban los cinco continentes; desde el urdú al swahili pasando por el húngaro y el farsi. Informar, formar y divertir no han sido palabras ajenas al trabajo diario de cientos de periodistas que se desplazaban cada mañana a Bush House. Las voces de aquellos que no querían ser escuchadas por los poderes oficiales han salido claras, denunciadoras e inteligentes desde los estudios londinenses durante casi ocho décadas.
He recibido la noticia del traslado con pena porque el traslado es un camino de no retorno que inició el World Service hace ya unos años cerrando progresivamente algunos de los departamentos. Tampoco la nostalgia me es ajena ya que hace dos décadas tuve la oportunidad de foguearme en dos de los muchos departamentos del World Service y de conocer un periodismo independiente y profesional. El exquisito respeto personal y profesional y la prudente distancia con el poder han sido durante estos años la marca de la casa. El estilo de escritura también era contundente; " si lo puedes decir en cuatro palabras, no escribas cinco", recomendaba un avezado periodista como Phil Gunson.
Pero Bush House ocultaba otros aspectos más mundanos y divertidos como el de su estrafalaria y austera decoración, común en todos los departamentos desde el ruso hasta el brasileño-portugués. En aquel nunca faltaba el vodka, en este las botellas de cachaza oscura se dejaban ver en algunos rincones. Por el laberinto de corredores, oficinas y estudios de grabación pululaban caracteres pintorescos, personajes de otra época, profesionales de periodismo pulcro y de vida personal desarraigada y, en ocasiones, desarreglada.
Los invitados a las entrevistas no les iban a la zaga. En aquellos corredores lo mismo podías encontrarte con algún distinguido miembro de la guerrilla colombiana, con un disidente ruso, o con jóvenes astrofísicos húngaros que ya apuntaban maneras.
El comedor era un atlas mundial al tiempo que un verdadero privilegio, donde se ofrecían varios tipos de comida para las diferentes procedencias culturales de los periodistas. Lunch excelente y a un precio simbólico.
El pub, siempre con un ambiente efervescente y hasta un poco ruidoso para los parámetros británicos, era con mucho uno de los lugares más concurridos por los habitantes del edificio que en algunos casos parecían tener su mesa de redacción instalada allí mismo. Aunque con un horario restringido, las pintas de cerveza corrían con alegría por las mesas de madera y frecuentemente por una alfombra corroída y de aspecto poco noble que, sin duda, habría sido testigo de impagables conversaciones. Me aseguraron que había un gimnasio, juro que mis ojos nunca lo vieron, ni tampoco conocí a nadie que lo había utilizado. Eran otros tiempos.
Agur Bush House, que el traslado sea ordenado y que no se pierdan las memorias por el camino.