LOS datos llevan preocupando un tiempo a profesionales de ramas como la enseñanza o la sociología, que sienten que algo está yendo hacia atrás. Y es que, según los datos del último Día Internacional Contra la Violencia hacia las Mujeres, del pasado 25 de noviembre, una de cada tres mujeres que sufre la violencia machista en Euskadi es menor de 30 años.
En un artículo de 2009, ¿Cuánto cuenta la juventud en violencia de género?, publicado en la Revista de Estudios de Juventud, Mª Isabel Carvajal Gómez y Ana Vázquez Bandin, integrantes de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género del extinto Ministerio de Igualdad, insistían en que, según los datos estadísticos, no hay un perfil definido de víctima ni de maltratador, y que mujeres y hombres de diverso nivel económico, situación laboral, formación académica, contexto familiar, nacionalidad, ámbito geográfico, adscripción política, creencias religiosas… y edad, padecen o ejercen la violencia de género. En su estudio se recogía asimismo cómo casi el 30% de las víctimas mortales por este tipo de agresiones estaban también por debajo de la treintena.
Como se ha repetido hasta la saciedad, las raíces de esta violencia se encuentran en las desigualdades de poder existentes entre hombres y mujeres en la estructura patriarcal en la que se mantienen ancladas nuestras sociedades. Por ello, la única manera de acabar con las agresiones a las mujeres es erradicando cualquier discriminación por razón de sexo, así como los obstáculos y estereotipos que impiden alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres.
La adolescencia y la juventud son etapas de transición en las que las personas comienzan a reafirmar su personalidad. Son momentos en los que, como bien dice el educador Antonio Martínez Cáceres en su artículo Prevenir la violencia cambiando la forma de ser hombre entre los más jóvenes, gran parte de las actitudes y valores son todavía provisionales y en los que gran parte de las conductas machistas o igualitarias que reflejan aún no forman parte estable de su identidad masculina. Sin embargo, autoridades como María José Díaz Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid, advierten de la clara inclinación a reproducir los esquemas emocionales y sociales de una generación a la siguiente, incluso en problemas como la violencia de género.
Quizás un primer problema está en la falta de detección que tienen los chicos de la violencia machista. Según diferentes estudios, no la consideran un problema grave, e incluso la minimizan y justifican en porcentajes importantes. La definen como un problema doméstico donde no hay que entrometerse y no relacionan maltrato con falta de amor. Para ellos, son hechos que no se dan entre la gente joven, por lo que resulta difícil que perciban algo que para ellos no existe en su entorno más inmediato.
Sin embargo, y pese a este panorama, Díaz Aguado también insiste en la importancia de reconocer que el ser humano cuenta igualmente con la capacidad para transformar dichos modelos y relaciones, y para ello se requiere imaginar otras posibilidades además de las que ya existen.
En este sentido, será necesario enseñar -en el momento que precede a las primeras relaciones de pareja y a las primeras violencias que en ellas se producen- a detectar cómo son las primeras manifestaciones de la violencia de género en la pareja y cómo evoluciona, lo que favorecerá la incorporación del rechazo a estas agresiones en la propia identidad de toda la población. Díaz Aguado insiste también, entre otros aspectos, en la necesidad de enseñar a construir la igualdad desde la práctica, reconociendo que no basta con dar información. Es un tema que hay que trabajar en todos los ámbitos de la estructura social, conectándolas desde un enfoque multidisciplinar que permita la colaboración en red de los agentes educativos con otros agentes sociales, incluidos los medios de comunicación, la administración y los organismos dedicados a la investigación.
Pero, ¿cómo prevenir conductas de violencia hacia las mujeres entre los varones jóvenes? Modificando el modelo masculino hegemónico que la justifica y sustenta. Algo que tampoco puede abordarse exclusivamente con campañas de sensibilización, folletos o charlas, pues es un problema que va más allá de la falta de información.
Especialistas como Martínez Cáceres insisten en que en esta tarea de cambio de modelo no vale con maquillar el ya existente. No es cuestión de "demonizar" a los hombres, pero está claro que debe haber una perspectiva autocrítica masculina: la igualdad es un asunto de justicia social y los privilegios de los que los hombres disfrutan son a costa del sometimiento de las mujeres. Y aunque este hecho debiera ser suficiente para generar un cambio personal y social en los hombres, en ocasiones no es suficiente, por lo que es necesario visibilizar las ventajas que el cambio hacia la equidad tiene para los hombres, quienes deberán responsabilizarse de estos cambios que les lleven a un nuevo modelo de masculinidad, basado en la igualdad. Descartar los modelos de identidad masculino y femenino tradicionales solo será posible si son sustituidos por otros con cierto reconocimiento social, que nos permitan obtener una seguridad a la hora de identificarnos con ellos.
Todas estas medidas, tendentes a cuestionar actitudes sexistas y fomentar espacios de convivencia en igualdad, deben ir acompañadas de actuaciones preventivas y de aprendizaje positivo, destinadas sobre todo al sector más joven de la población.
Las tres asociaciones de Medicus Mundi de Euskadi se sienten comprometidas con la consecución de estos fines y, con la intención de imaginar este nuevo mundo posible, en condiciones de igualdad para mujeres y hombres, ponen en marcha una nueva edición del concurso Jóvenes en Busca del Sur, que este año tendrá como eje central la defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos de las personas en todo el mundo. La primera prueba será precisamente la que diga a cada equipo participante: ¡Lucha contra la violencia de género!