VIVIMOS en una especie de apoteosis de lo fugaz. Esto se une a una especie de fascinación por lo superficial que nos lleva a un vacío brillante, que deslumbra sin iluminar. Muchos medios de comunicación nos ponen delante, una y otra vez, noticias deshilvanadas, sin continuidad, lo que a la larga nos va dejando fríos, casi indiferentes, ante la transmisión de tanto dato, muchas veces negativo. Lo hemos visto con el 75 aniversario del estallido de la Guerra Civil. He oído comentarios justificativos de aquel golpe militar que en Alemania serían delito porque tienen leyes que impiden poner en duda la brutalidad del nazismo y el Holocausto. Sin embargo, aquí en el Valle de los Caídos sigue, como gran apología del terrorismo, el causante directo de una dictadura de cuarenta años y en La Zarzuela un jefe del Estado, puesto ahí por el dictador, que jamás de los jamases ha condenado aquella masacre. Y no ocurre nada.
Me pasa algo parecido cuando escucho a la mayoría de los dirigentes de la llamada izquierda abertzale hablar del nacionalismo vasco, como si lo hubieran inventado ellos. Como para que no quepa duda y las nuevas generaciones lo asuman así, han cambiado el Euskotarren Aberria Euzkadi da, por el Euskotarren Aberria Euskal Herria da. Que no quede ni rastro de lo que hizo un joven de treinta años llamado Sabino Arana el 31 de julio de 1895 en el Casco Viejo de Bilbao. El domingo que viene hará 116 años. Fecha lo suficientemente redonda para que quienes nos consideramos jeltzales cojamos un chute de autoestima en defensa de algo que no solo está en la historia, sino en el presente y en el futuro de un partido que él creó como instrumento de liberación nacional y social. El eje del país.
Y es que Sabino Arana no fue solo la principal figura vasca de los siglos XIX y XX, sino que llegó a ser un gigante político, al que trataron de sepultar en basura desde el más rancio nacionalismo español que siempre le vio como su gran enemigo. Koldo Mitxelena, el insigne intelectual y lingüista vasco, comentaba, al analizar como un logro sus estudios para la recuperación del euskera, lo siguiente: "Tengo la impresión de que la importancia de Sabino en cuestiones de lengua en general y como prosista en euskera en particular ha sido claramente minusvalorada, por mí mismo en primer lugar, por lo que no puedo reprochar a nadie que se haya hecho eco incidentalmente de la opinión dominante. Hoy pienso que su Lenengo Egutegi Bizkaitarra (1898) es, aparte de que representa un esfuerzo extraordinario para adecuar la lengua escrita a nuevas necesidades, una muestra insuperable de literatura propagandística, tanto en la ponderación de productos propios como en el descrédito de los ajenos, muy en particular de los más próximos y afines. Porque Sabino, como Carlos Marx (y que me perdonen la comparación los unos y los otros), hombre de extrema afabilidad en el trato privado, cortó siempre en seco todo intento de alternativa política que difiriera de sus posturas, por las buenas o por las malas. Miguel Artola ha señalado un hecho esencial que no se suele siempre advertir: el PNV es un partido que tiene fundador".
Efectivamente. El PNV es un partido que tiene fundador, lo mismo que el nacionalismo vasco. Nadie hasta Sabino supo concretar una lucha en el lema Euzkadi es la Patria de los Vascos, crear un partido, realizar una obra liberadora y dejar una organización que 116 años después sigue en liza política y, hoy por hoy, incluso condiciona la gobernabilidad estatal. ¡Y lo que te rondaré morena!
El pasado 22 de mayo hubo elecciones municipales y forales. Pero también las hubo en 1898. Al final de siglo, los ayuntamientos y la Diputación de Bizkaia estaban en poder de un caciquismo que falseaba el juego democrático manejando los poderosos resortes del dinero y de la influencia del Gobierno español. Era desigual y arriesgada la lucha contra un aparato corruptor de la conciencia ciudadana, pero Sabino, arrastrando todas las consecuencias y queriendo pulsar sus fuerzas, decidió presentarse a las elecciones a diputados provinciales del 11 de septiembre de 1898 con su candidatura por Bilbao y la de Ángel de Zabala por Gernika. El resultado sorprendió a propios y extraños porque nadie creía que el nacionalismo tuviera tal arraigo en la opinión. Arana-Goiri salió diputado con 4.545 votos y Ángel de Zabala, aunque no consiguió el acta de diputado, obtuvo 3.018 sufragios. Al siguiente año, el 14 de mayo, en las elecciones municipales, obtenía cinco puestos de concejales para el ayuntamiento bilbaino.
Con empeño se dedicó Sabino a sus tareas de diputado provincial, estudiando escrupulosamente los expedientes y presentando numerosas propuestas inspiradas siempre en sus ideales y en el bien de Bizkaia. La guerra que le hizo el caciquismo fue encarnizada. Según su hermana Paulina: "En la Diputación tuvo mucho que sufrir de sus enemigos políticos, y cuando quería hablar, Aresti, que entonces fue presidente, agitaba la campanilla para imponerle silencio. Una vez fue procesado por algunos diputados, por haberles echado en cara que todos allí no estaban por medios lícitos". Era la táctica que imponía la plutocracia vizcaina aliada a los intereses españoles a quien se oponía a su hegemonía.
Recordaba Tellagorri que hasta la llegada de Sabino a la Diputación aquello era algo delicioso por lo apacible, liso y llano; un lago con veinte cisnes unánimes. Todos, los veinte diputados, eran de la Piña, todos obedecían a los escritorios de los Chávarri, los Gandarias, y demás capitanes de la industria vizcaina, que vivían a partir un piñón con Madrid. Los veinte eran patriotas españoles hasta el tope, los veinte eran monárquicos, los veinte eran criados del gobernador civil de turno que, al terminar su mandato, se volvía a su pueblo con los bolsillos bien repletos y hasta con muebles y cacharros de cocina que siempre pagaba la Diputación. ¡Inefables aquellos gobernadores!
Pero un día, aquel amigable consorcio de los veinte quedó reducido a diecinueve: se había sentado en los escaños provinciales un diputado que no era criado de nadie, ni de los escritorios, ni del gobernador civil, ni de Madrid: se había sentado en un escaño Sabino de Arana y Goiri.
Y, desde entonces, las actas, que venían siendo la expresión escrita de la conformidad servil, adquirieron un brío y un tono desconocido. Se acabaron las referencias escuetas y se acabó lo de "fue aprobado por unanimidad". Y comenzó lo de "el señor presidente agita violentamente la campanilla", y lo el "señor presidente llama severamente la atención del señor diputado" y lo más grave: "Si el señor Arana continúa por este camino, me veré obligado a expulsarle del salón". Pero lo que irritaba de verdad a los diecinueve no era, precisamente, lo que Sabino decía. Lo que les sacaba de quicio era la sonrisa abierta con que Sabino comentaba en silencio los exabruptos que le lanzaban los diecinueve. Es lo fundamental que tenemos que retener los vascos al hablar de Sabino de Arana Goiri: su talla nacional.
Es ciertamente honroso que figure como el fundador del Partido Nacionalista Vasco, durante muchos años el único partido de esta significación y que ha cubierto, con una gran dignidad difícil de negar aún para sus adversarios y enemigos, el papel que le ha correspondido en defensa de los derechos nacionales de nuestro pueblo desde hace 116 años. Como escribió José Antonio de Aguirre en el prólogo de la biografía escrita por Basaldua, Arana Goiri supo interpretar "el sentimiento de libertad innato en el vasco no solo proclamando el derecho de su pueblo, la nación vasca, a disponer libremente de sus destinos, conforme a la historia y a la filosofía, sino también de acuerdo con la voluntad popular (...) ¿Qué revuelta produjeron en nuestro pueblo las ideas de Arana Goiri para que poco más de treinta años después un ejército de 115.000 hombres defendiera con heroísmo el solar vasco y sus ideales de libertad contra una nueva agresión cesarista, una de tantas en nuestra historia?". Ahora , cuando algunos pretenden dejar su idea, Euzkadi, en solo la Comunidad Autónoma Vasca, hay que recordar que:
Cuando Sabino examina y rebate el documento carlista, dice en la advertencia primera de su escrito, "El Partido Carlista y los Fueros Vasco-Navarros": "Siempre que empleo aislada la palabra vasco, significo con ella tanto al navarro como al vizcaino, al guipuzcoano y al alavés". Y en cuanto a la parte continental (Iparralde): "En este trabajo solo se trata del pueblo vasco de la parte de acá del Bidasoa y el Pirineo". En otra parte añade a Laburdi y Zuberoa, pues ya Benabarra está incluida en Navarra. Está ya contenida, por tanto, la idea política de Euzkadi. Porque Euskal Herria existía como concepto cultural y lingüístico. Nunca político. Fue, pues, en 1895 cuando se sembró la semilla de la conciencia nacional vasca. Y eso lo lanzó hace 116 años, Sabino de Arana y Goiri. Mal que pese a algunos.