HE visto una buena parte de la grabación titulada Inside Job -traducido como "tarea confidencial"- sobre la presente crisis económico-financiera mundial. Es un auténtico escándalo. No soy especialista en economía ni finanzas, pero uno se hace una idea de las cosas a la vista de los desafueros, estafas y canalladas que se exhiben en la mencionada grabación. Mi propósito es simplemente poner negro sobre blanco esa idea.

La clave primera de todo esta maquinación gigantesca se llama "desregulación". Con base en el principio falaz de que "el mercado se regula solo", una serie de desaprensivos, formidablemente codiciosos y poderosos, consiguen que se eliminen todas las normas que, de alguna manera, regulaban los mercados. Así pues, se empieza con la desregulación. Los mercados -sin freno- bailan libremente al son de ciertos individuos y entidades que se enriquecen en proporciones astronómicas a la vez que van extendiendo la miseria de sus conciudadanos: pérdida de vivienda, paro, reducciones salariales y de pensiones y otras lindezas. De esta clave se alimenta el origen de estos males: los llamados subprime, paquetes de créditos sin la menor garantía.

Las consecuencias de esta situación son funestas. La economía ha de ser regulada, pero hoy resulta irregulable. ¿Por qué?

Toda conducta humana razonable debe seguir reglas determinadas. Los fines y las metas, los métodos y medios para conseguirlos han de figurar en unas reglas determinadas para poder actuar con eficacia. Pero, además, si se trata de una actividad que puede afectar a otros, esa regulación debe ser muy precisa y enérgica. Es lo que debería suceder con el mercado. La mejor regulación es la que no existe, dicen algunos osados carentes del menor respeto a los derechos de los demás. Si la regulación de todo, y dentro de ello de los mercados, no es necesaria, ¿por qué y para qué tenemos leyes? Anulémoslas y volvamos a la ley de la selva. Esto es, en la práctica, un mercado sin regulación.

Pero además de la compartimentación política, hay algunas razones de gran peso, que me llevan a esa conclusión de la imposibilidad o gran dificultad de restaurar la regulación:

En primer lugar, la desregulación y el abuso escandalosamente extendido de este despropósito es obra de los mismos que, en general, siguen hoy en el sillón de mando de la economía. Basta con ver algunas cosas: la continuidad de gran número de ejecutivos de entidades financieras, principales causantes de esta hecatombe; el mantenimiento de sus sueldos, tan astronómicos como injustificables; el hecho de que quienes han causado este terremoto financiero y se han enriquecido en él son muchos de esos ejecutivos y de que, a la mayoría de ellos, ni se les han exigido las graves responsabilidades en que han incurrido, ni se les ha obligado a devolver las ingentes sumas de dinero que han amasado en el fragor de la catástrofe. Todavía hoy estamos aceptando estúpidamente las valoraciones de las mismas agencias de rating que se hincharon de dinero, engañando a todo el mundo mediante la asignación de índices de solvencia máximos, es decir, AAA, a productos financieros basura, como los susodichos subprime. A Moody's, por ejemplo, la tenemos todos los días hasta en la sopa. Y es claro que sus informes y valoraciones no los hacen gratis. ¿Quién les paga, si no son los propios especuladores que las enriquecen y se enriquecen con actividad tan inmoral y, en realidad, tan canallesca?

En segundo lugar, los Estados no son hoy capaces, a lo que se ve, de yugular estos desmadres financieros. A la identidad de agentes hay que añadir ahora otra razón. Quienes han inventado y fomentado la desregulación, se propusieron y han ido consiguiendo hacer una bola de finanzas-basura de enormes proporciones con previa conciencia de que el estallido del entuerto iba a obligar a rescatarlos de la ruina a costa del dinero público, es decir, del bolsillo de los ciudadanos. Esta es otra de las circunstancias que contribuyen a debilitar, como es obvio, la capacidad de los Estados para enfrentar la situación, dejando que se hundan los infractores y pidiéndoles responsabilidades civiles y penales de su incalificable conducta. El motivo de tal debilidad está a la vista: el hundimiento de todos estos desvergonzados ladrones provocaría previsiblemente el de las estructuras económicas de nuestras sociedades. Quizá no si, aun cuando solo fuere provisionalmente, las ayudas a la banca dieran lugar a la intervención directa del Estado en esas entidades, esto es, a una nacionalización provisional; pero habría de ser en todo el mundo occidental.

En tercer lugar, hay otros asuntos que deberían ser objeto de consideración y debate, entre ellos la globalización y el llamado estado de bienestar. La globalización no es en sí causa de la crisis, pero la desregulación se convierte en un tremendo maremoto con la llamada globalización. Los Estados no han querido, o no han podido, fiscalizar el tamaño de las empresas industriales y financieras. Hoy, algunas son tan enormes que desafían al poder político. Son los llamados entes y empresas transnacionales.

Frente a la globalización económica no hay, ni parece caber, una globalización política. Como decía hace unos días Nicolás Sartorius con mucha razón, la política se ha mantenido en los compartimentos estancos de los Estados, no se ha convertido en una actividad transestatal. El resultado es la práctica imposibilidad de controlar y someter a normas la actividad de las realidades transnacionales, su incidencia en los mercados y sus abusos de todo tipo. Estos entes campan a sus anchas por todo el ámbito de la tierra, y, consiguientemente, si no les convienen las políticas de un Estado, pueden decidir cambiar de emplazamiento e irse con la música a otra parte. En esto consiste otra de las plagas del mundo económico actual: la posibilidad de la llamada "deslocalización".

En cuanto al estado de bienestar, su realidad tampoco parece ser, en sí misma, causa de la crisis; pero sus efectos constituyen una dificultad sería para acabar con la caótica desregulación y barrer de la vida financiera a los verdaderos agentes del desaguisado.

Parece que se ha llegado hoy a muchas de nuestras conquistas fundamentalmente mediante el endeudamiento del Estado hasta las cejas y no por el esfuerzo y la aportación de la ciudadanía en proporción razonable. La deuda de nuestros Estados se halla sometida al capricho y, sobre todo, al beneficio de quienes han establecido la desregulación, se han enriquecido y se siguen enriqueciendo con ella, y siguen manejando los avatares y altibajos del mercado. La calificación de la solvencia de las deudas estatales se funda en supuestas valoraciones de riesgos elaboradas por los mismos que se benefician con tales prácticas: las agencias de valoración de riesgos y toda clase de especuladores. Se ve, pues, que los elementos perturbadores siguen siendo los mismos y, lo que es peor, si se oyen las manifestaciones de algunos de ellos se ve que no dan la menor señal de querer entender que han cometido enormes felonías.

Estamos inmersos, como se ve, en un mundo de sanguijuelas que se apoderan de nuestros esfuerzos, nos chupan la sangre y dejan unos desechos apestosos que nos atufan y sofocan con su hedor. La pregunta del millón: ¿se puede acabar con tanta basura, ahogar a ese ejército de chupópteros?

No es fácil dar respuesta. Con todo, aquí me solidarizo, en principio, con el llamado 15-M que se ha estado desarrollando estos días en una serie de ciudades. Hago votos por que fragüe en algo positivo y eficaz, porque todas las críticas al modelo de la vigente democracia estatal y la mayor parte de las peticiones de cambio que he podido ver en él, me parecen exigencias elementales de las que nuestra sociedad está muy apartada. A pesar de todas las dificultades, es de esperar, con cierta dosis de optimismo, una evolución impulsada por estas presiones populares. Una solución auténtica solo podría vislumbrarse, a mi parecer, si tales presiones consiguen un cambio radical de programa y lo orientan a una labor discreta, nada estrepitosa. ¡Fotos fuera! La fauna política imprescindible para desarrollar la tarea previsible es hoy una especie en gran parte extinguida o al menos muy poco visible. Tal vez vaya apareciendo a medida de que las cosas empeoren. En todo caso, es de desear que el 15-M, entre cuyas denuncias importantes está la ausencia de tales políticos, contribuya a su aparición.