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De minas y de mineros, de museos y voluntarias

DEBE ser muy difícil hacer sentir a una joven vasca del siglo XXI la tristeza y angustia de una adolescente de finales del siglo XIX o principios del siglo XX que observa a su viejo padre minero arrastrarse por las chirteras y arroyos, mojado, temblando de frío, paleando barro y mineral para sobrevivir. Soportado en su miseria, casi como un elemento del paisaje, por aquellos patronos cuyos palacios todavía se conservan en algunas zonas de Bizkaia. En una época y un territorio, la Zona Minera vizcaina, donde los más mínimos sistemas de protección social tan solo eran imaginados y soñados por unos pocos.

Sin embargo, esa escena ocurrió, aunque no podamos ya visualizarla y aunque no seamos capaces de trasmitir esas sensaciones a nuestra juventud o, aunque ni tan siquiera queramos recordarla. Igual que ocurrieron, hace apenas un siglo, esas otras escenas de niños mineros atrapados por vagonetas o reventados por los golpes de rocas o las explosiones de los barrenos. Niños cuyos ojos se apagaron sin saber, sin poder siquiera preguntarse por qué. Eran los tiempos en los que entrar a trabajar a la mina con 10 años se entendía como una suerte que no todas las familias tenían.

Es nuestro pasado, lo queramos o no. Esa verdad, tantos años semioculta u olvidada, tergiversada o manipulada, empieza a ser asumida, de forma callada, silenciosa, como un sirimiri que va calando y que deberá empapar a toda la sociedad vasca, del mismo modo que la singularidad y riqueza del idioma vasco, el euskera, y la justicia de priorizar su conservación, ha empapado los resortes de esta sociedad. Y hay que decirlo alto y claro. Cuando hablamos de vascos, hablamos de ganaderos y de arrantzales; también, cuando hablamos de vascas, hablamos de artesanas y de agricultoras. Pero también hablamos de ferrones y de mineras? Hablamos del hierro. No podemos dejar de hablar del hierro para explicarnos a nosotros mismos.

La tantas veces repetida frase que dice que el desarrollo económico y la pujanza industrial del País Vasco se debe al hierro es verdad, pero no es suficiente decirlo y callar que es así desde la Edad Media, si no anteriormente, y no tan sólo, como algunos pretenden, desde la época industrial. Es importante decirlo, la historia del País Vasco está tan íntimamente ligada al hierro que separar la una del otro no tiene sentido. No se puede explicar el modo de vida en esta tierra, su realidad social, sus partidos políticos, su paisaje, su ser en definitiva, sin hacer referencias constantes al enorme yacimiento de hierro del valle de Somorrostro, de los montes de Triano-Galdames. Es necesario recordar que tan sólo en Bizkaia funcionaron más de 200 ferrerías hidráulicas a partir del siglo XV y que nuestros montes están plagados de los restos de las ferrerías de montaña o haizeolas, sistemas de obtención del hierro metálico omnipresentes en el País Vasco cantábrico durante más de un milenio. Es necesario recordar que el transporte del hierro en cabotaje por la costa fue tan habitual como la pesca durante siglos y que por el mineral del hierro de Somorrostro se pegaban las ferrerías cantábricas, castellanas y francesas. Porque era el mejor y había que mezclarlo con el mineral de cada zona para que las herramientas tuviesen calidad. Los pleitos y quejas por un suministro adecuado y suficiente de este mineral pata negra, por el suministro de la vena, son tan habituales en la documentación histórica que estudiarlos es una tarea ingente.

Y hay que retroceder a mediados de los años 80, a hace apenas 25 años, cuando unas pocas voces de expertos e investigadores quisieron alzarse pero, o no sabían o no podían hacerse oír, y una asociación de voluntarios, nacida en plena Zona Minera, empezó a dar tímidos pasos para que no se perdiera un pasado que se nos escapaba de las manos sin que ninguna gran institución de este país quisiera ni tan siquiera mirarlo. Era la Asociación Cultural Museo Minero. Eran los tiempos del "todo eso es chatarra" en palabras de personajes a los que se les suponía una cultura? aunque fuese mínima. Eran los tiempos del "son zonas degradadas, rellenar y tapar". 25 años después, el Museo de la Minería del País Vasco es una realidad y empieza a ser una posibilidad cierta la protección de algunos de los paisajes y de los valores culturales de la minería. Tal y como ocurrirá algún día con el Biotopo de los Montes de Galdames-Triano, cuya primera propuesta de declaración fue realizada por el propio Museo Minero y la sociedad de Ciencias Naturales de Sestao en el año 2002.

Entre estos paisajes del hierro destaca la mina de Bodovalle de Gallarta (la Corta), símbolo de toda la Zona Minera de Bizkaia, que va a ser declarada Patrimonio Cultural, gracias a la ayuda de muchos colectivos y particulares que de una forma u otra han apoyado para lograr la protección: Colegios Oficiales, Asociaciones, Ayuntamientos, ciudadanos, etc?

Pero lo que no sabe casi nadie es que esta batalla de la Corta ha durado por lo menos 17 años porque las primeras 1.100 firmas que solicitaban la paralización de un vertedero consentido en su interior fueron recogidas y entregadas en el año 1993, el año del cierre de esta mina. ¿Os acordáis? Josune, Gustavo? En el año 1998 se realizaron gestiones para impedir un desarrollo industrial que pretendía ocultar y tapar todo el borde norte de esta mina, ocultándola y separando al pueblo de Gallarta definitivamente de su mina y de su antigua ubicación: acordaos, Iñaki, Nati... Posteriormente, en el año 2003, se realizó la primera petición para la protección cultural, petición que fue reiterada en el 2008. En ese mismo año se creo la Plataforma para la defensa de la última mina de hierro, ¿o no? Alberto, Jose Antonio, Ameli? que junto al Ayuntamiento de Abanto (gracias Manu) y al propio museo (Carmelo, Floren, Jon,?) plantaron cara a la empresa propietaria, pública, pero en definitiva heredera de las grandes empresas mineras, para evitar el relleno y posterior olvido de la mina. Tantas reuniones y escritos, tantas horas de trabajo voluntario, cuajaron en la conciencia de algunos políticos que nos apoyaron (y aunque no diré nombres porque en política nombrar a algunos y olvidar a otros puede significar mucho, ellos saben a quién me refiero), para fraguar finalmente el respaldo institucional que está a punto de materializarse.

Pronto, una vez que hayamos conseguido salvar a la Concha II, tendremos que continuar el trabajo. Hay que conservar los hornos de calcinación, los cargaderos, las ferrerías, las bocaminas, algunas pequeñas cortas y, particularmente, el propio paisaje minero. Esta necesidad debe ser entendida por todos los alcaldes y concejales de la Zona Minera, en cuyas manos está impulsar la protección, puesto que muchas veces hacen más el conocimiento y la voluntad que el dinero. Algunos municipios han empezado a dar pasos en este sentido y, por ejemplo, además de Abanto como Socio Fundador del museo, Trapagaran, Sopuerta, Zierbena, Barakaldo y hasta Castro Urdiales, colaboran a través de convenios con el Museo de la Minería, pero, asómbrense, ni Ortuella, ni Bilbao -donde no se pueden ni imaginar las toneladas de mineral que circularon por la ría- han formalizado todavía un sólo convenio con este museo. Todos estos municipios deben proteger su patrimonio minero, primero, por dignidad y orgullo; segundo, por cultura y educación, y tercero, porque no hacerlo sería de necios? porque ese patrimonio, bien gestionado, será una fuente de riqueza muy pronto, para toda la Zona Minera.