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Tareas de paz pendientes

DESDE el nacimiento de este foro, hemos tratado tres veces el tema del fin de la violencia y de los procesos y caminos para conseguirla. Siempre nos ha movido la creencia de que la paz es el valor supremo de una sociedad, el resumen del conjunto de bienes que forman una convivencia social plenamente democrática. Partiendo de la creencia de que la paz no cabe a cualquier precio, siempre nuestra defensa de que merece el máximo esfuerzo.

Y hoy nos encontramos, otra vez, ante un momento de inflexión en el proceso de desaparición de ETA. Momento que, aunque no difiere de anteriores treguas en cuanto a las condicionesmarco en el que se produce, sí observamos nuevas situaciones de los agentes políticos y sociales. Situaciones estas que se traducen principalmente en los últimos comunicados de la banda armada y en la nueva posición de la izquierda abertzale.

Por un lado el impulso policial, judicial, legislativo, internacional y mediático y, por otro, la cada vez mayor deslegitimación social y aislamiento de ETA, desde la trágica ruptura de la tregua anterior (que tal vez no solo sesgó unas vidas sino el concepto mismo que teníamos de tregua), han llevado a quienes creían en la violencia como único camino para conseguir fines políticos a darse cuenta de que la vía democrática es más efectiva a la hora de resolver los problemas sociales.

Parece que poco a poco los políticos se van imponiendo a los militares. Estamos ante un nuevo comienzo del proceso de paz, pero sería un error creer que la paz se conseguirá simplemente con la llegada del fin del terrorismo. La desaparición de ETA no es más que un paso en un proceso de deberá continuar después.

La reconciliación no es un mero estado sin contenido, es el espíritu que nos deberá llevar a la normalización más allá de un mero respeto a la ley, supone la creación de un entorno donde todos puedan defender sus ideas desde el respeto a los derechos de los demás con la exigencia común de la defensa sin resquicios de los derechos humanos. Supondrá reconstruir estructuras sociales y relacionales hoy rotas, haciendo desaparecer culturas de cerrazón y de imposición, supondrá la forja de nuevos pactos de convivencia.

Tras la entrega de las armas habrá que deslegitimar las conductas de los violentos para evitar que se reproduzcan. Crear cimientos sólidos que eviten el retroceso que pudiera generar situaciones de violencia residual. Evitar que nadie saque ventaja partidista del post-terrorismo. Mucha es la tarea.

Tema fundamental en este proceso es el papel de todas las víctimas directas de la violencia. Es un reto para el proceso de paz eliminar la desconexión moral que ha supuesto para ellas la deshumanización implícita creada al sustituir su rostro por el de jueces, policías o políticos. Tendremos que dotarles del papel ético que tienen y reconocer lo que representan, oírlas en sus necesidades y conseguir su reparación, pagando así la deuda moral que nosotros como sociedad tenemos con ellas, pero no dotarles de un papel político o instrumental en el proceso que pudiera mediatizarlo o ralentizarlo.

Todos hemos sufrido en mayor o menor medida, si no la violencia directa del asesinato, sí la violencia estructural generada en nuestra sociedad, en nuestras familias o en nuestros trabajos. Esta violencia también es parte del proceso y se mantendrá después del fin de ETA. Y será esta violencia, instaurada en nuestra experiencia vital, la que nos lleve a un proceso duro, largo y difícil y en el que tendremos que emplear, como herramientas fundamentales, el diálogo, la imaginación y el manejo de la confianza mutua.

Durante setenta años hemos pasado una guerra civil, la violencia de una dictadura militar y cientos de asesinatos sin sentido, imponiendo valores políticos sobre el derecho a la vida, olvidándonos que como seres humanos siempre será más lo que nos une que lo que nos separa.

Necesitamos una cultura de paz que eduque una generación de ciudadanos, calificados como se quiera, españoles, vascos o navarros, para que, crecidos en una sociedad sin violencia, sean capaces de crear una sociedad más justa y democrática.

Y en un proceso de paz todos tenemos algo que hacer. Primero, mantener la ilusión en lograrla, que después de tanto dolor y asesinato no es poco. Demostrar, en nuestro espacio personal, con nuestra actitud responsable y cívica, que la paz es posible. Exigir a todos los agentes los pasos necesarios. Pero sobre todo luchar contra el miedo real o ficticio que nos rodea y presiona; el futuro puede ser incierto pero también es esperanzador.