ESTOS días, en los que vamos sintiendo las garras del invierno que nos viene, con el espantajo de sus fríos, nieves, escarchas y obligado recogimiento, la humanidad provoca la catarsis de una fiesta que ahuyente tanta fatalidad, celebrando ritos recuperados de la memoria histórica. Uno de ellos, en auge entre nosotros, de origen celta, es Halloween. La calabaza resulta protagonista de la fiesta espectral y, según la brujería blanca, sus semillas deben ser guardadas, para echarlas al fuego del último día del año, haciendo una invocación de gracias por lo bueno que se haya conseguido, y una petición para lograr asuntos favorables en el año que nos llega.

Me refugio en Zugarramurdi, buscando en su cueva mágica, maravilla de la naturaleza, semejante al útero materno, húmedo y protector, con sus árboles centenarios y su río, que ha horadado la roca en su labor de milenios, la esencia vasca que forma parte del ritual de la vida y la muerte, por estas fechas en que la tierra, terminado el trabajo de la recogida, parece dormitar. En las que según el rito griego, la pródiga y gentil primavera es raptada por el dios de los infiernos, provocando la tristeza de su madre, la tierra, que al llorarla, deja a los árboles sin hojas y los campos, yermos.

En el simulacro del bosque que se exhibe en el interior del Museo de Zugarramurdi, centro de memoria y reivindicación histórica, cercano a las cuevas, se señalan los nombres de los sacrificados por el fuego inquisitorial de hace 400 años. Encuentro el nombre de mi sorgiña, Gratziana Amezaga, natural de Orozko, de 40 años de edad.

Me pregunto qué haría aquella mujer en Zugarramurdi, donde aún hoy, es difícil acceder. Imposible que tuviera la facultad del dragón/erensuge que transitaba, echando fuego por sus siete cabezas, por los espacios subterráneos que desde Aralar llevan a Amboto, para visitar a la Lamia. Por su edad, calculo que ejercería de maestra de brujas e instruyera del procedimiento, tras sustanciosas bebidas alucinógenas, del vuelo rasante que, desde lo alto del Auñamedi, en una sola noche, cubría el lomo del Atlántico, hasta acceder a la gélida Terranova, consolando la soledad de los arrantzales. Quizá?

Lo cierto es que formaba parte, por ello fue ejecutada, del akelarre, fiesta nocturna, celebrada en la cueva. Seguro es que su lengua era el euskara, que se crió en el lar paternal, con la misma obligación y libertad que sus hermanos varones, cosa inscrita en la cultura de nuestro pueblo. Que aprendió de su madre y abuelas, obreras de los huertos del baserri, la bondad de algunas plantas y la maldad de otras. Que buscó consuelo en las propiedades de la mandrágora y la belladona, junto al veneno que algunas especies de sapos, abundantes en la zona, expiden de sus cuerpos. Que intentara, fortalecida por la ensoñación que producía la ingesta de semejante caldo, remediar heridas, tumores, bubas y tantas otras calamidades como asolaban a la humanidad de su tiempo.

Gratziana concurría al jolgorio del akelarre, bailando en un círculo que respondía más a la exigencias de Galileo que a las doctrinas de la Iglesia, el sol/ fuego como centro del universo, tratando además de espantar otros horrores: el de la amenaza de exterminación de su pueblo ante los poderes expansionistas de los estados fronterizos, Francia y España, lo cual suponía un inversión de su lengua, costumbres y leyes. Fue delatada, torturada y liquidada, junto a otras, como Andregoto de Viana, hace 400 años, por unos Tribunales cristianos, ajenos a Cristo, juzgadas por hombres implacables, víctimas del fanatismo y la intolerancia. Del poder terrenal, al que resultaban molestas.

El pasado sábado se prendieron, en una ceremonia de reivindicación, velas, fabricadas con cera de los panales de Zugarramurdi, como miles de antorchas que franquearon el vuelo mágico de retorno de nuestras sorgiñas, del más allá al presente. Las rescatamos de la hoguera y, por unas horas, en esa jornada posterior a la de los santos y muertos, sus ánimas rebeldes y libertarias, apoyaron nuestra lucha contra la intolerancia y el fanatismo, ayudaron en nuestro batallar contra la enfermedad, la tristeza y la muerte. Acompañaron nuestra procesión continua en la ruta de la pacificación, donde sobran los oscuros demonios y faltan los espíritus blancos.

Al prenderse las velas en el ámbito magnífico de la cueva de Zugarramurdi, se recitó este conjuro: ¡Oh, Espíritu! Tú que conoces el sentido de la vida/ Muéstrame el camino de la verdad/ Permíteme bailar alrededor del fuego/ de mis antepasados/ Enséñame a ser tan libre como el viento/ Tan fuerte como el halcón/ Y tan sabia como la naturaleza?Oh, Ispiritua/ Zuk biziaren sekretuak dakizuna /Erakuts nazazu egiaren bidea/ Utz nazazu nere aintzindakoen su inguruan dantzatzen/ Erakuts nazazu haitzea bezain aske izaten/ Zapelatza besain imdartsu/ Eta natura bezain jakintsu.