Periquitos y gorriones
PAÍSES ricos y países pobres. Alemania, Grecia, Italia? la Unión Europea. Sacrificios, recortes, incomprensión, limosnas. ¿Quién es culpable de la crisis? El mundo se encoge de hombros. Es fácil culpar al de enfrente o a quien nos mira por el simple hecho de mirarnos con cercanía. Llega el verano y con la nueva estación buscamos que el entorno se relaje. Pero hay que sacrificar en el camino libertades, altivez y afectos. Mirar cada situación particular para adaptarla al bien de la colectividad. Somos navegantes en un mar revuelto y necesitamos una buena brújula para llegar a feliz puerto. Pero las brújulas que tenemos cerca parece que han perdido el control de las agujas. Norte y sur se confunden con este y oeste. Nos cuesta orientarnos para llegar al horizonte oportuno. Soñamos con esa línea recta y perfecta. Quizás el misterio para alcanzar ese destino, posiblemente próspero, es parecernos a los pájaros. Intentar ser a veces como los gorriones o a veces como los pájaros exóticos. Este símil tan simple se me ocurre mientras miro a mi pareja de periquitos. No son unos pájaros vulgares porque saben sufrir, gozar y querer. Saben que la convivencia en su pequeño mundo es difícil. Libertad o bienestar controlado. Amor sufriente o ternura condicional.
Mirar y ver es el secreto de cada instante.
Con el sol mi pareja de periquitos salta alegre de un palo a otro de su jaula. Parece que cada mañana renueva su amor dándose besos en el pico. Revolotean tanto que tiran granos del comedero y hacen una corona de mijo en torno a la jaula. Los gorriones, ante el improvisado banquete, se acercan a ellos y picotean, primero temerosos y luego tranquilos, seguros de que los dueños de esa casa con menudos barrotes blancos no van a salir para importunarlos ni robarles. Bailan con sus patitas menudas y se miran. Los enjaulados observan a los libres y hay una indiferencia altanera en las dos parejas. Creo que mis periquitos se sienten bellos ante los tonos marrones de los visitantes y hablan entre ellos un lenguaje exótico que no parecen entender los callejeros.
La periquita Malina -un nombre de fotonovela que le puso mi nieto Ignacio- es amarilla, estilizada y muy guapa. Felipe -el nombre se lo puso mi nieta Virginia, pienso que sin connotaciones políticas- es verde y amarillo. Ha sufrido mucho porque ha superado dos viudedades seguidas. Primero se escapó su pareja Caramba -nombre elegido por mi nieto José Mari- por unos barrotes abiertos del comedero y estuvo casi quince días rumiando su inexplicable soledad. Le trajimos una novia blanca y frágil que cogió una enfermedad extraña y duró poco tiempo. Pero aquellos días fueron un ejemplo de fidelidad. Felipe besaba con ternura a la periquita Nadia -el nombre de película se lo dio mi marido Dani- que se iba apagando lentamente. Estuvo a su lado horas y horas viendo cómo iba muriendo sin saber qué hacer con ella. Hubiésemos necesitado una rápida eutanasia de pájaros para evitar aquella larga agonía. Felizmente, y después de un luto solitario, entró en la jaula Malina. Estaba asustada, no miraba a Felipe. Se acurrucaba cerca del comedero como esperando alguna ternura de bienvenida. Felipe tardó dos semanas en aceptar a Malina. Cuando les vi por primera vez juntos se rozaban las plumas pero no se miraban. No tuve la primicia de ver su primer beso, pero debió de ser una aceptación de prueba. Ahora, ya cerca del verano, brincan confiados. Sólo tiemblan cuando hace viento. Tienen terror a las tormentas de mar. Para que no oigan los truenos los pongo junto al ordenador y les dejo escuchar ópera conmigo o Rachmaninoff. Parece cursi, pero a mis pájaros les encanta el piano.
Hoy me han visto emocionada. Mientras los tres escuchábamos un fado de Dulce Pontes me han llamado de la floristería. Me ha tocado un ramo de flores en una rifa de aniversario. Hace unos días -celebraban el quinto año de la apertura del establecimiento en Portugalete- introduje mi nombre en una urna después de rellenar el ticket de compra. Quizás pueda parecer ingenuo, no sé lo que se siente si a uno le toca la Primitiva, pero yo me he llevado tanta alegría que he llamado a todos mis hijos para contarles la feliz noticia. "¿Flores?. Te han tocado flores en un concurso. Inevitable -dice mi marido- a ti te tenían que tocas flores no millones".
Los gorriones de la terraza comen felices el mijo que cae de la jaula de mis periquitos. Felipe y Malina se besan en el pico porque hay sol y yo miro mis flores emocionada. Abro el ordenador y empiezo a escribir, sigo soñando pero recuerdo que un político americano decía: "Creo mucho en la suerte y he descubierto que cuando más trabajo más suerte tengo". Pediremos a los dioses que repartan trabajo y suerte a partes iguales.
Tengo que seguir escribiendo. Además, Oscar Wilde que también escribía, tenía muy claro que un capricho se diferencia de un gran sueño en que el capricho dura toda la vida. Evidentemente mi capricho es contarles a ustedes, desde mi ventana de ordenador, estas historias de cada día acompañada de unas flores y el amor cercano de los periquitos.
Dar y recibir, aunque sea mijo, así se hace la política.