¿Vivimos mejor que hace un año?
Rajoy dijo en julio que se fiaba de López, pero ha reiterado que no se fía de Zapatero, y lo curioso del caso es que López está a las órdenes de ZP. Claro que el PP y el PSOE sólo son capaces de entenderse contra el nacionalismo vasco. El resultado salta a la vista.
YO me fío de Patxi López". Así se expresaba Rajoy, en julio del año pasado, cuando el presentador de un foro público organizado por el diario ABC le preguntó por la confianza que le inspira el inquilino de Ajuria Enea. Nunca he oído a Rajoy decir algo semejante con respecto a Rodríguez Zapatero. Y puedo asegurar que les he visto debatir en innumerables ocasiones. Antes al contrario, su discurso habitual, severamente crítico con el presidente del Gobierno, suele poner especial énfasis en la escasa credibilidad que rezuma el personaje. "Usted no es de fiar", le ha espetado en más de una ocasión desde la tribuna del Congreso.
Así pues, Rajoy se fía de López, pero no se fía lo más mínimo de Rodríguez Zapatero por mucho que éste sea el máximo responsable de la formación política en la que aquél milita y bajo cuya disciplina actúa. En esto, la presidenta del Parlamento Vasco ha sido un punto más coherente. Arantza Quiroga no pondría la mano en el fuego por ninguno de los dos. Ambos -Rodríguez Zapatero y López- le inspiran la misma desconfianza.
Pese a la nula credibilidad que aprecia en Rodríguez Zapatero, el pasado miércoles, Rajoy se reunió con él por enésima vez. Y también por enésima vez la expectación generada por el encuentro se ha topado de bruces con el infranqueable muro de la frustración. La cumbre ha parido un ratón. Lo que se prometía como el preludio de un gran pacto de Estado contra la crisis económica, se ha visto reducido a un raquítico enjuague que, con el pretexto de impulsar la reordenación de las cajas de ahorros, garantizando su solvencia y, con ello, su viabilidad; sólo servirá, de hecho, para que ambas formaciones puedan disimular los desmanes y excesos en los que han incurrido los consejeros que en su día designaron para dirigir estas entidades de ahorro.
En Euskadi, durante mucho tiempo, los socialistas y los populares acusaron al PNV de politizar las cajas de ahorros. Ése fue, de hecho, el principal argumento con el que boicotearon los diferentes proyectos de fusión. Y hoy resulta que las cajas vascas se encuentran entre las mejor gestionadas de todo el Estado mientras se comprueba que, donde tuvieron poder, el PSOE y el PP convirtieron la red de cajas en un inmenso pesebre del que echaron mano profusamente para repartir canonjías entre los afines. La maloliente estela que esta práctica ha dejado tras de sí es pavorosa. En la Caja Castilla-La Mancha hemos visto emerger la punta de un inmenso iceberg repleto de partidismos e incompetencias. En Madrid, los manejos de Esperanza Aguirre por asegurarse el control de la Caja han sido tan descarados como sonrojantes. Y en Galicia, hemos visto nada menos que el presidente de la Comunidad Autónoma anunciando públicamente el arranque del proceso de fusión entre Caixanova y Caixa Galicia. ¿Alguien se imagina lo que el PP hubiese podido atronar en Euskadi si el lehendakari Ibarretxe llega a comparecer públicamente para hacer un anuncio semejante en relación con las cajas vascas?
No hay que engañarse. El único acuerdo que Rodríguez Zapatero y Rajoy firmaron el pasado miércoles -el relativo a las entidades financieras- sólo persigue disimular de la manera más honrosa posible el improductivo erial en el que han convertido a las cajas los gestores designados por sus respectivos partidos políticos. Es una manera de cubrirse mutuamente para tapar sus vergüenzas. Y, de paso, recentralizar de nuevo el control sobre las cajas, vulnerando las competencias autonómicas con el pretexto de que así lo exigen el saneamiento del sistema financiero y la ordenación general de la economía. Eso es todo lo que da de sí la capacidad de acuerdo del PSOE y el PP cuando se trata de salvar la economía y velar por el interés de los ciudadanos.
Hace unos años, los alemanes fueron capaces de implicar a los dos principales partidos del Estado en una gran coalición, concebida para pilotar de forma mancomunada y corresponsable, el duro proceso de ajuste que requería el mantenimiento de la competitividad de la economía germana. Más recientemente, los portugueses han puesto en marcha una operación similar. El primer ministro Sócrates ha pactado con el líder de la oposición, Pedro Pasos Coelho, para trabajar mano a mano en contra de la crisis. Pero en España, nada de esto parece posible. Ni en un momento tan delicado como el actual, con los especuladores merodeando como hienas en torno a los valores de marca hispana y la Bolsa descendiendo en caída libre, son capaces los socialistas y los populares de orillar diferencias y compartir una estrategia sólida que contribuya a sosegar el panorama y transmitir serenidad a los mercados. Sólo parecen dispuestos a colaborar para adecentar el cortijo y borrar las huellas de los excesos cometidos en el pasado, aprovechando la ocasión para meter una dentellada más al -ya muy precario- activo competencial de las comunidades autónomas. Parece evidente que, entre el ciudadano y el partido, siempre optan por este último.
Con todo, sería inexacto transmitir una imagen del PSOE y del PP marcada, exclusivamente, por la confrontación abierta, crispada y radicalmente irreductible a los acuerdos. Aunque parezca mentira, los socialistas y los populares son, también, capaces de pactar y de cerrar filas en torno a proyectos compartidos. Sólo les hace falta encontrar una causa que les motive lo suficiente para ello. Y la experiencia demuestra que una de las que más intensamente contribuye a estimular su voluntad pactista es, precisamente, la lucha contra el nacionalismo vasco. Ya pactaron en enero de 2005 oponerse conjuntamente a la Propuesta de Nuevo Estatuto aprobada por el Parlamento Vasco. Y en 2009 han vuelto a pactar para aupar a López a Ajuria Enea, arrinconando al PNV que había ganado las elecciones. Se conoce que la lucha contra la crisis no les motiva tanto como la lucha contra el nacionalismo vasco. Por esta última son capaces de apartar las diferencias y pactar. Por aquella no, caiga quien caiga.
En plena polémica sobre el Estatut, el Conseller catalán de Hacienda decía esta semana que para los socialistas catalanes primero es Catalunya y después el PSOE. Su orden de prioridades es, como se ve, exactamente el contrario del que guía la actuación Patxi López que, en este punto, hace honor a sus superiores de Madrid: entre el ciudadano y el partido, siempre se queda con el partido. Durante el último año hemos sufrido a un lehendakari inane que siempre se ha callado cuando la sociedad vasca le requería para que hiciese un pronunciamiento claro en defensa de los intereses de Euskadi. Sucedió con el IVA de Araba, con la Enmienda Florentino y con el recurso interpuesto por La Rioja y Castilla-León contra el blindaje del Concierto. Y parece que volverá a suceder con la transferencia de las Políticas Activas de Empleo, en la que aceptarán, sin duda, un traspaso vergonzosamente mutilado. Definitivamente, los vascos no estamos mejor que hace un año. Porque hoy, sencillamente, carecemos de un Gobierno que nos defienda. Desde el 11-M, sólo ha mejorado una cosa en Euskadi. La relación entre el PSOE y el PP, que antes era pésima, como en España, y ahora vive una auténtica luna de miel. Pero quien se base en ello para sostener que ha mejorado la convivencia entre los vascos, olvida que, unidos, los socialistas y los populares no suman ni la mitad de la población. Y hablar del oasis vasco con la vista puesta en el 45% de los ciudadanos, denota un espectarismo tan grave como excluyente. Tampoco en eso vivimos mejor que hace un año.