Sobre la igualdad lingüística
Quién se puede oponer a una reivindicación de igualdad? Nadie. Todas las personas deseamos ser tratados en pie de igualdad, sea en el ámbito que sea..., en principio. En principio, digo, porque hay situaciones en las que la igualdad pasa de ser una justa aspiración, a convertirse en un criterio de discriminación.
Está asumido socialmente que, por ejemplo, las personas minusválidas tengan algunas ventajas, tales como la reserva de plazas de aparcamiento o de puestos de trabajo. De no hacerlo así, las circunstancias desfavorables que las mismas padecen limitarían drásticamente, en la práctica, sus posibilidades teóricas de vivir como el resto de congéneres. Por ello, con la aceptación de medidas correctoras o de discriminación positiva, se trata de proporcionarles unas condiciones dignas y que las equiparen con el resto de la ciudadanía. Un escenario similar encontramos en lo que respecta al género, por lo que, si hemos de avanzar hacia la igualdad entre mujeres y hombres, es necesario adoptar medidas de discriminación positiva hacia las primeras, para compensar su situación de discriminación. Incluso, también la función redistributiva de los impuestos puede ser entendida desde el mismo punto de vista: que paguen más quienes más tienen, contribuyendo así en mayor medida al sostenimiento de los servicios colectivos y de los fondos para ayudar a los colectivos desfavorecidos.
En todos esos ejemplos se rechaza el darwinismo, la supervivencia de los más fuertes; es decir, la Ley de la Selva. Porque la selva no proporciona las condiciones de vida deseables para los humanos, sino las propias de las fieras. En tales ejemplos se reivindica un trato diferente, más favorable y compensatorio para el segmento más frágil; se rechaza la igualdad indiscriminada, porque perjudicaría a esa parte más débil. También las lenguas que padecen una situación de relativa o total marginalidad, las lenguas minorizadas, necesitan un tratamiento favorable y compensatorio. Ese es el caso del euskera.
Por ello, insistir en un trato de igualdad para el euskera y el castellano, es abandonar a su suerte a una lengua que ha sido desplazada por avatares económicos y sociopolíticos. Esas son las causas que, a lo largo de la historia, han llevado a las lenguas minorizadas a tal condición, y la lengua vasca no es una excepción. Si no se toman medidas correctoras, las personas hablantes de tales lenguas estarían abandonadas a su suerte, entre la fauces de una decena de lenguas dispuestas a engullir al resto, gracias al poder económico, político y militar de las potencias que las hablan. Eso supondría aceptar la Ley de la Selva en el ámbito lingüístico.
También el euskera corre el riesgo de desaparecer, si es abandonado a su suerte. Y, hoy por hoy, la mayoría de las situaciones sociales imponen el uso del castellano (y del inglés), también para quienes quieren vivir en euskera. Por ello, hablar de igualdad lingüística para rechazar alguna medida que favorezca al euskera o a sus hablantes, es reducir aun más en las ya limitadas opciones para su uso. Es aplicar un liberalismo lingüístico a quienes necesitan medidas protectoras y correctoras de la desigualdad sociolingüística. Es impedir su uso a quienes, aun queriendo hacerlo, no disponen de condiciones sociales adecuadas para utilizarlo. Y una lengua se extingue cuando no se habla; aun cuando toda la población la sepa.
Por ello, para que el euskera perviva en condiciones dignas y sus hablantes puedan usarlo con normalidad, son necesarias medidas compensatorias de su situación de debilidad. Tampoco en el caso del euskera hay que hablar de igualdad, sino que hay que hacerlo de medidas compensatorias. Una vez asumida esa premisa por la mayoría social, la cuestión será cómo conciliar los derechos y obligaciones de los euskaldunes y de quienes no lo son. Pero, habiendo voluntad y desde el respeto mutuo, siempre será posible encontrar soluciones.