Este histórico plow twist (giro de guion) no hace sino corroborar una máxima que soltaba uno de mis jefes: nunca pierdas la capacidad de sorprenderte. Tras semanas rasgándonos las vestiduras por la pseudomarcha del menor de los Williams y de fomentar (todos) una rivalidad elevada a confrontación malsana, el desenlace certifica que en el mundo donde ejerce su profesión el futbolista siempre tiene la sartén por el mango. Pero ni el jugador merecía convertirse en tirio o troyano mientras hacía las maletas, ni ahora puede ser entronizado como héroe heleno en vías de ser leyenda. Simplemente pertenece a una órbita deportiva donde muchas de las reglas pueden ser puestas bajo cuestión pero a las que todos se pliegan y bajo las que no hay entidad que no busque beneficio propio. Y todo lo demás es puro teatro. Y relato. Haría bien el Athletic en, además de formar los mejores soldados sobre el césped, implantar una asignatura por la que el pálpito de sus corazones no dependa de una súbita transfusión de sangre rojiblanca por vaya usted a saber a cambio de qué. La respuesta a quién sale ganando de todo el embrollo la marcarán, una vez más, los resultados. Pero retenido lo material (el talento), me queda la duda de lo que hayamos podido perder por el camino. ¿O alguien puede asegurar que no habrá pronto remake con otro antagonista? Felices sí, pero sin embobarnos ante el marketing. No seamos ilusos.
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