Más allá del exceso de la socialista Montero cargándose la presunción de inocencia, que no es poco dado su cargo, la (momentánea) sentencia exculpatoria de Dani Alves parece dictada por el VAR, que según el ángulo (y la camiseta blanca) o la arbitrariedad de quien controla el mando determina la resolución de una jugada. En este caso “la prueba periférica” no apoya el relato de la víctima, que ahora pasa a ser presunta. El fallo no exime que pudiera llegar a terminar siéndolo pero alega que, por lo captado en las cámaras de la discoteca, la “complicidad” en la conducta, la posición de las huellas dactilares del futbolista y la joven en el retrete del baño, así como por el análisis del ADN, su denuncia no alcanza el grado necesario de “fiabilidad”. Compartiendo el dogma de que mejor un culpable suelto que varios inocentes entre rejas, el panorama solo confirma que una mujer, por el hecho de serlo, lo tiene crudo, que partirá siempre con metros de desventaja en una carrera donde desde la otra parte hay bula, amparada en la doctrina, para mentir, contradecirse las veces que quiera, permanecer silente o regodearse de su hazaña. Cuando a uno le sisan un móvil, puede reaccionar poniendo el grito en el cielo, quitándole importancia o estupefacto al no haberse enterado de nada. Ahí el delito no se desvanece. Pero a ellas se les exige un relato escrupuloso, sin aristas y donde parezcan buenas chicas.