Quedé impactado este fin de semana por las imágenes que llegaban del sureste asiático con motivo del terremoto que ha segado la vida de cientos de personas y dejado sin hogar a varias decenas de miles. La fuerza de la naturaleza nos empequeñece al ser humano como especie que machaca la única tierra que nos queda. Parece que cada vez más este pequeño planeta azul se rebela contra esos miles de millones de hormigas que con las décadas le hacen más insoportable la existencia. Y ello me ha dado que reflexionar sobre la suerte que tenemos de vivir en este pequeño rincón del orbe donde los grandes azotes que desarrolla la tierra cuando realmente se enfurece no nos afectan. Euskadi no es una zona de peligros sísmicos, igual que sus homólogos en el mar, que causan destructivos maremotos como ocurre en otros lares. Tampoco esta es un área de tornados en tierra o tifones marinos que arrasen con haciendas, edificios, mercantes o pesqueros. Nuestro clima atlántico nos permite contar con unas temperaturas suaves y llevaderas todo el año, lejos de los extremos termométricos de países norteños o caribeños. Sí, ya sé que el cambio climático está alumbrando cada vez episodios más virulentos, que son molestos y afectan a nuestro modo de vida. Hay que ayudar a evitarlos, sin duda, pero hay que relativizar sus consecuencias, sobre todo cuando llegan imágenes como las del pasado fin de semana.