Hace muchos años había un hombrecillo que recorría los pueblos de Gipuzkoa tocando el xilófono. Todo el mundo le conocía como Txantxillo y resultaba entrañable. La gente le solía dar pesetas que era lo que circulaba entonces. Pequeño, enjuto y con un hilillo de voz no resultaba ajeno a nadie. Salió en más de una página de los periódicos. Dormía debajo de un puente y vestía y comía lo que le daban. Un invierno murió y fue entonces cuando se descubrió que Txantxillo, peseta a peseta, o quién sabe cómo, había logrado amontonar una gran suma de dinero que le había convertido en millonario, aunque él no lo disfrutó a no ser que el hecho de guardarlo le proporcionara algún placer. Las historias de indigentes millonarios suelen ser raras, pero ocurren a veces aunque tendamos a pensar que son noticias fabuladas. La última me ha parecido digna de mención y ha ocurrido en Italia. Un indigente ha ido a solicitar la prestación económica al ayuntamiento dada su situación de vulnerabilidad y en el consistorio le han dicho que no pueden concedérsela puesto que es incompatible con sus posesiones. No me imagino la cara que se le habrá quedado al mendigo en cuestión cuando se ha enterado de que tiene a su nombre un millón de euros. Se trata de una estafa de dos empresarios para evitar pagos a Hacienda y ya han sido localizados y detenidos. La noticia queda así, sin decirnos qué pasa ahora con el millón o si el indigente se queda pobre pero honrado.