Activistas animalistas han ensuciado con estiércol el cristal que cubre un cuadro de Pablo Picasso en una exposición sobre el artista en la ciudad de Mantua –norte de Italia–, como protesta por la participación de una empresa cárnica en la fundación gestora del centro de exposiciones, el Palacio Te. En la acción participaron cinco jóvenes del colectivo Rebelión Animal. El cuadro afectado fue la obra Femme couchée Lisant, y no sufrió daños. Se trataba de la penúltima jornada de la exposición Picasso en el Palacio Te: Poesía y salvación. Los activistas, que posteriormente fueron arrestados, justificaron su acción en protesta contra Levoni, una empresa propietaria de un matadero en la región que se integró en 2022 a la fundación gestora del Palacio Te, órgano cultural vinculado al Ayuntamiento de Mantua. El consejero regional de Agricultura de la región de Lombardía denunció el acto como “un ejemplo de fanatismo que se ha convertido en moda, atacando tanto al arte como a la agricultura”. Añadió que este tipo de acciones “alejan cualquier posibilidad de diálogo y compromiso constructivo”. No es, de hecho, la primera vez que el arte se convierte en blanco de protestas. Salsa de tomate en Los Girosales de Vincent Van Gogh, roto el cristal de La Venus del espejo, la obra de Velázquez expuesta en la National Gallery de Londres... y otros tantos ejemplos. De verdad, ¿el fin justifica los medios o los pone en su contra?