Lo primero, un abrazo solidario a todas las víctimas de la catástrofe generada por las intensas lluvias en Valencia. Lo segundo, compartir una reflexión sobre cómo seguimos tropezando en la misma piedra una y otra vez. Sobre cómo no hemos aprendido que hay que respetar a la naturaleza y su desarrollo geográfico. Gran parte de los damnificados por precipitaciones intensas se ubican en los márgenes de los ríos invadidos décadas atrás por la especulación urbanística. Que sí, que a todos nos gusta vivir con unas vistas relajadas sobre una agradable cauce fluvial o a los promotores plantar pabellones industriales en zonas llanas donde construir es más fácil y rápido. Pero, claro, cuando de vez en cuando la naturaleza se rebela, okupa su espacio geográfico previamente okupado por la población. Entonces llegan las muertes, los desastres y las pérdidas económicas. Tras los desmanes urbanísticos consumados el pasado siglo, solo queda ser lógico y preventivo. Hacer caso a los ingenieros, geólogos y geógrafos que claman en el desierto desde hace décadas cómo es mucho más barato, no solo en vidas sino también económicamente hablando, acometer obras de encauzamiento adecuadas y una política de derribos de edificios en las márgenes fluviales. Imagínense todos los proyectos preventivos que se podían haber ejecutado en Valencia con los miles de millones de euros que va a costar la recuperación de la zona afectada. Y, no lo olviden, danas como la vivida serán mucho más frecuentes.