Mientras miles de personas clamaban en Madrid por la sanidad pública, no muy lejos se concentraba el akelarre ultra que tuvo como prólogo la indecorosa fotografía en la que Milei supo rodearse de empresarios españoles de postín, encabezados por su mandamás Garamendi, a quien la imagen le parece anecdótica y pide centrarse en el desempeño que hay detrás. Cierto es que nadie podría asegurar que la capacitación de los allí reunidos fuera similar o mayor en caso de que, en vez de ser todo hombres, fuera una congregación de solo mujeres. Pero si el prócer de la CEOE es incapaz de juzgar la instantánea como decimonónica, rancia y propia de señoros que se juntan para hablar de testiculina financiera, menos aún puede sorprendernos su equidistancia al colocar a la ola reaccionaria que nos amenaza en la misma balanza que las acciones de justicia social de la izquierda confederal. El nudo mental debe traspasarles la corbata. Otra historia es el relato sanchista a cuenta del desagravio hacia su mujer por parte del pumuki argentino y que, de proceder, debió acabar en un juzgado y no en este conflicto diplomático en tanto que la pareja del presidente, más allá de consorte, es una ciudadana más. Por no hablar de que la táctica, hilada con su reflexión personal y la teoría del fango, tuvo su origen en el ministro tuitero, rey del bloqueo cuyo catecismo no acepta la disensión como réplica. Todo un sortilegio para evitar el gran golpe el 9-J.

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