Toda esa pompa y boato, aderezada de cursilería y rancio abolengo, que ha inundado la mayoría de edad de la heredera al trono monárquico español me ha recordado a un repelente show yanqui que triunfó en la MTV, My Super Sweet 16, donde unos padres acaudalados montaban fiestas de alto copete a sus hijas por dejar atrás la adolescencia, invitando en un casoplón a decenas de presuntas amigas, contratando al cantante de moda y regalándole el cochazo de turno mientras sonaba Hilary Duff. Un insultante alarde de ostentación que hace sentir de menos al común de los mortales. Algo así es como se habrá sentido el exdiputado Pablo Echenique al comprobar cómo se desmontaba y reamueblaba el Congreso para la ocasión –sustituyendo 350 butacas por 600 sillas– después de que, durante cuatro años y con el PSOE al frente, se le negó reiteradamente adaptar el hemiciclo a su silla de ruedas para poder ocupar el escaño junto a su bancada. Una decisión que se justificó con la burda excusa de no poder alterar “el valor patrimonial de espacio”, poniendo los derechos de un banco de madera por encima de la persona, en vez de contar la verdad, que no procedía por podemita. Habituados al trilerismo, lo mismo pasará con las promesas socialistas al independentismo, que acabarán despeñándose como Clarita por el monte. De cuando cumplí 18 apenas recuerdo el deseo irrefrenable de, al fin, poder ir a votar, y que a mí también se me ha ido por el sumidero.
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