Y digo “lo” porque no hallo modo de calificarlo. Lo ejemplifica bien mi compañero de mesa: haga usted la prueba de comprar droga en países que lo permiten, intente traérsela apoyado en aquella legislación y ya verá, como le pillen, que aquí le cae la del pulpo. Pues con los vientres de alquiler –si tan benigna es la práctica no sé por qué les chirría tanto este término a sus defensores– el Supremo hace mutis por el “bien del menor” pese a reconocer que es “simple mercancía” y que existe una “explotación de la mujer”. El caso de la Obregón da además un nuevo giro de tuerca donde la historia se retuerce rozando lo macabro, con el consiguiente blanqueamiento del papel cuché a cuenta del personaje. Pienso ahora en todos quienes han perdido a hijos en edad incluso infantil, y que han procesado el duelo por cauces plausibles, si es que esto es posible. La reina de los posados, no. Ella encargó a una americana gestar una niña que hoy es huérfana de padre y de madre desconocida –ya localizada– para ser su hija legal y su nieta biológica gracias al semen congelado de su hijo muerto hace tres años, operación diseñada y callada desde antes de que nos publicitara su penar. La paternidad puede ser un deseo legítimo incluso por parte de quienes han elegido un modelo de familia que la naturaleza les priva de ello pero no puede ser el derecho a prevalecer. Abran el debate a flexibilizar la ley y rangos de edad respecto a las adopciones. Y también aquí, las legítimas.

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