Hay quien atribuye el origen etimológico de jubilación al latino iubilatio, júbilo, alegría. Y quien lo sitúa en yobel, denominación del Antiguo Testamento para la celebración judía al cumplir 49 años. José Luis Escrivá, ministro del asunto a los 61, dice no ser partidario de retrasarla, más allá de los 67 se entiende, pero la palabra de Escrivá, con uve y acento, no es la de los escribas hebreos de las Sagradas Escrituras: ya plantea cotizar 30 años, o sea, trabajar más; y la jubilación parcial, o sea, jubilarse pero menos. Escrivá ni habrá oído hablar de Ephraim Kishon, quien vivió 81 años, mucho más de lo que pretendían los que le internaron en 1944 en un campo de trabajo (Arbeit macht frei, como en Auschwitz) eslovaco por haber nacido húngaro en una familia judía de apellido Hoffmann. Kishon, luego escritor y primer director de cine israelí candidato al Oscar, sentenció que uno no se siente viejo porque tenga muchos años tras de sí, sino debido a los pocos que tiene por delante. Pues bien, un estudio de la Universidad de Barcelona determina que la esperanza de vida con buena salud en Euskadi a partir de los 50 años es de 12,8 para nosotros y de 14,1 para ellas. Mes arriba, mes abajo, 63 y 64 años. Con mala salud, 70 y 73. ¿Es la longevidad motivo para alargar la vida laboral? ¡Ah! En el Estado hay 4 millones de trabajadores de 55 a 70 años y es el país de Europa que ofrece menos oportunidades laborales a esas edades.