ESTOS días veo las imágenes de los talibanes dispersando a las pocas mujeres que se atreven a manifestarse en Kabul exigiendo sus derechos a la educación y al trabajo y no puedo más que solidarizarme con ellas. Cuando los talibanes tomaron el control de la capital de Afganistán en agosto de 2021, proclamaron que “la guerra había terminado”. Pero para las mujeres la lucha no hacía más que comenzar. Desde entonces, se ha impuesto un sistema rígido de la Sharía islámica. Las conquistas de las mujeres afganas a lo largo de los últimos 20 años, pese a la existencia de obstáculos que parecían insuperables, se han borrado de un plumazo. Desde que llegaron los fundamentalistas al poder, todo está prohibido: las mujeres están excluidas de la vida política, de los medios de comunicación, solo se les permite trabajar con excepciones en ámbitos como la educación y la sanidad. Les han privado de la formación y han convertido a Afganistán en el único país en el mundo que prohíbe la educación secundaria a las niñas. Se las recomienda no salir a las calles “por su seguridad” y si lo hacen, tienen que ir cubiertas de los pies a la cabeza; han reemplazado el Ministerio de la Mujer por el de Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio... Quieren borrar a las mujeres y lo que es más grave, también el mundo parece haberlas borrado. A pesar de que han pedido ayuda a la comunidad internacional, nadie las escucha.  l

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