TODOS los platos de macarrones se parecen. Ocurre en Italia, con la enésima crisis de gobierno en su historia, que una coalición-crisol de partidos ha saltado por los aires porque uno, mayoritario, se ha ido. Los más apabullante de esta historia de final de un gabinete no solamente es Berlusconi, que resiste como un vestigio romano, sino del propio premier Mario Draghi que se ha puesto a dimitir sin que nadie se lo pida porque el Movimiento 5 Estrellas abandona un Ejecutivo donde conviven varios socios. Conte, Salvini, Berlusconi, la izquierda y el propio Draghi, alguien capaz de aglutinar a grupos políticos de vertientes muy distintas para afrontar todos los retos derivados de una pandemia que en Italia encabezó los contagios, debilitó al Gobierno y a la propia oposición. El nuevo gabinete transmitía estabilidad y ya no se era ni de izquierdas ni de derechas sino de los fondos europeos, con un Gobierno ‘único’, precioso en el plumaje como un pavo real, un ejemplo a seguir. Hoy, fosfatinado, lo hace a medias con los huidos divididos y el resto asumiendo el final de su espacio de poder. De momento, el primer ministro, que suele ser, como en toda crisis, el más tocado, hoy se dibuja como el más fuerte encarnando otro exotismo: el de querer marcharse y que nadie quiera que te vayas. Se avanza una segunda oportunidad y todo pasa por el propio SuperMario para frenar a los ultras. Tan familiar como un plato de macarrones.

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