HORA que de la desigualdad se habla con frecuencia sin que el uso del vocablo alivie su magnitud y se entonan salmos sobre el efecto reparador de los mecanismos de protección social, cabe recordar que a final de 2021 once millones de personas estaban en riesgo de exclusión en el Estado, 2,5 millones más que en 2018; que los hogares con problemas a fin de mes eran el 58%, siete puntos más que tres años antes; y que una de cada tres personas pobres mayores de 15 años tenía trabajo (y algo llamado sueldo). Ahora que el término desigualdad se emplea con una reiteración que puede relativizar su realidad, cabe contrastar esa amplia miseria social con el epítome del lujo que supone un coche: Maserati, Bentley, Ferrari, Alpine, Aston Martin, Lamborghini, McLaren, Lotus, Morgan y Rolls Royce, las principales once firmas de la ostentación sobre ruedas, matricularon en 2021 en el Estado 2.826 vehículos, un 14% más. Rolls, por concretar, ha batido todos los récords de producción y venta de sus 117 años. Ahora que la desigualdad es mencionada con una asiduidad que limita más su significado que sus perjuicios, cabe recitar a Dylan: "Para mí no hay más blanco y negro, izquierda y derecha; solo hay arriba y abajo y abajo está muy cerca del suelo. Intento subir sin pensar en nada trivial como la política. No tiene nada que ver. Pienso en la gente en general y en cuando resulta herida". Y a continuación recordar que él vendió sus canciones por 300 millones de dólares.
juriarte@deia.eus