OMO era de esperar, el artículo que hace una semana dediqué a los dueños de perros que desvarían y creen que sus mascotas son algo más que animales ha generado suspicacias. Vaya por delante que en ningún momento quise decir que todos los dueños de perros son iguales. Estoy convencido de que la mayoría tiene los pies bien puestos en la tierra y que sabe dónde está el lugar de cada uno. Hablaba de los que actúan como si su perro fuera un niño, algo que no es bueno ni para el animal ni para el humano. Casos como el de una mujer en Miribilla señalando a su mascota un cartel que prohibía el acceso de perros a un establecimiento: "Esto significa que no puedes entrar". Cuando dije hace una semana que no entendía a los adultos que tienen un perro, no quise decir que no comprenda que puedan tenerle cariño al animal y que para ellos sea una alegre compañía. Lo que no me explico, seguramente por el tiempo que dedico a la familia, al trabajo y al ocio, es que decidan cargar con el peso, también económico, de tener un perro. Por lo demás, hago mía otra de las reflexiones que generó la Mesa de Redacción del lunes pasado. Es la de un hijo de cazador que pasó su infancia rodeado de perros y que recuerda que hace 60 años no se recogía la caca de la acera, por falta de costumbre y porque la colonia de perros de Bilbao era muy reducida y las calles no estaban llenas de minas. Entonces, a nadie se le ocurría entrar con su perro en un local público: "Todos sabíamos cuál era el sitio de cada uno".

Asier Diez Mon