ICEN que el emoji más utilizado este año ha sido el de la carita que llora de risa. Y no porque Bárbara Rey pueda comparecer en el Senado. Que se sepa, tampoco el emérito va a hacerse un polideluxe. Así que para mí que el pobre se ríe por no llorar. O porque es un falso y está postureando para Instagram. Porque uno echa un vistazo a las cifras de contagios y maldita la gracia. Más que un emoticono partiéndose la caja, lo suyo sería que triunfara el de El grito de Munch o el que berrea a cascadas como si hubieran abierto las compuertas del Zadorra. El del cuchillo en posición Psicosis, con la banda sonora del ñi, ñi, ñi, ñi en la cabeza, también tiene su aquel. Dan ganas de reenviarlo masivamente cuando ves al personal compartiendo aerosoles con sus bigotillos al descubierto, mientras el resto procrastinamos la vida sine die. La visita a Disneyland París que les prometiste a tus hijos a este paso la harán solos cuando vayan de Erasmus porque tú, si desenfundas el pasaporte, es como mucho para tomarte un café en un bar. Los cumpleaños, fiestas y comidas pendientes serán irrecuperables a no ser que los comprimas en formato zip o te cojas un año sabático para celebrarlos. Y se quejaba Sabina porque le habían robado el mes de abril... La prueba de que tus expectativas han ido en declive es que te alegras de que salga el sol porque así se te seca la colada. Para cuándo un emoji de ¿se puede ser más pringado?

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