A pandemia nos ha alejado del mundo real, de la normalidad, pero hay personas que no han pisado nunca en tierra. Algunos dueños de perros lo demuestran día a día. Vaya por delante que entiendo que los niños, como Steve McQueen tenía la obligación de intentar escapar del campo de concentración en La gran evasión, tienen el deber de pedir con insistencia un perro que termina siendo un estorbo cuando los críos crecen y entonces pasan a ser responsabilidad de los padres. Otra cosa menos comprensible es la voluntad libre, pura autodeterminación, de un adulto que toma la decisión de tener una mascota. Es sabido que hay quien llena su soledad con un perro y cada uno tendrá sus razones, pero rara vez he visto a un dueño o dueña con cara de alegría mientras pasea al perro. Es más, el paseo acaba en muchas ocasiones convirtiéndose en un café mientras el perro ladra a todo lo que se mueve. Sin pensar, claro, las molestias que puede generar a quien tiene el mismo derecho a tomarse un café. Me temo que la mayoría del personal no sabe realmente qué hacer con la mascota y termina, como ocurre con los hijos en algunos casos, siguiendo al dueño de bar en bar. Pero volviendo a esas personas que no saben muy bien dónde pisan, hace unos días un guarda de seguridad de un transporte público invitó a una mujer a poner el bozal a su perro y ella, mientras se lo ponía, lamentó que "estemos siempre pensando en castigar a los perros". ¿Qué pensará la buena mujer de la obligación de llevar mascarilla?

Asier Diez Mon