NA clase confinada. Otra. Tú, que con este temporal y a falta de canales de Venecia tenías planeado recorrer Bizkaia en lancha, y el chaval, ojeroso, que no tiene ni ganas de jugar al Fornite. Lagarto, lagarto. Unas décimas. Algo de dolor de cabeza. Será un catarro, piensas, porque lleva la mascarilla más atornillada que Hannibal Lecter. En esas estás cuando tu pareja tose. Todas las miradas se clavan en ella como si os acabara de fumigar con matarratas. Ronda de test de saliva de farmacia a cargo de los presupuestos generales para pizzas. Tensión máxima. Silencio de ruleta rusa. Quince minutos que se antojan más largos que un Sálvame. Uno que se libra. Otro que no sabe no contesta. Otro que se queda pálido, como si le hubieran anunciado que va a tener trillizos. Mascarilla FFP3 maxiplus y al calabozo. Llama al servicio sanitario. Están petados. Que rellene el formulario de la web. Le citan para la PCR. Dos días esperando el resultado como quien espera una condena. Se viene arriba y le da por ordenar una caja donde descubre un llavero de Naranjito. Se viene abajo y le da por dormitar. Tú no te vienes ni arriba ni abajo porque bastante tienes con teletrabajar, supervisar que tus hijos sigan las clases on line y no un directo en Instagram y cubrir las tareas domésticas non stop, incluido el servicio de habitaciones. Quieres que te pongan una tercera dosis ya. De lo que sea.

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