ARCHANDO una de banderillas. “Llevo ya tantos pinchazos que tengo complejo de toro en el tercio de varas”, me dice Julián, un vecino septuagenario jatorra, prácticamente recién salido de dos puyazos breves y bien colocados, uno en cada brazo, el de la gripe, y la tercera dosis del covid. “El otro día fui y les recibí a portagayola. Me pincharon dos banderillas. El picador, con temple -relata-, atinó con la jeringuilla y remató bien la faena”. No entiende por qué si le vacunaron las dos primeras veces con AstraZeneca, ahora le han puesto otra marca. “Eso es como mezclar un txakoli con un albariño ¿no crees?” Yo le largo los beneficios de la pauta heteróloga y ese rollo (cosas de estar 21 meses metida en harina pandémica), y me contesta: “Siempre he preferido Pfizer porque es como Moderna, pero en vinilo”. Él maneja su propio antídoto contra el virus, el humor. “Sí, decididamente, me quedo con Pfizer. Ellos inventaron la Viagra, así que deben saber enderezar bien las cosas”. Julián es sabio. Enseguida matiza: “Que me pongan las inyecciones que quieran. Ya viste lo que pasó al principio, estábamos esperando todos a la inmunidad de rebaño y los primeros en vacunarse fueron el pastor y el perro”, dice aludiendo a aquellos que se colaron, sin que fuera su turno. Por eso cree que se revisará la puya actual y sobre todo está seguro de que todavía le quedan varias estocadas.

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