UANDO a uno le van cayendo los inviernos encima empieza a perder el filtro. A llamar a las cosas por su nombre sin complejos. Otros quizá lo hagan porque lo tienen todo resuelto y muy poco que perder, y en el caso del diputado socialista Odón Elorza puede que concurran todas las circunstancias. Lo hizo hace unos días desde su escaño al calificar a la derecha como "golpistas de vocación" que se sirven de las víctimas del terrorismo; y antes al desmarcarse de sus filas en la elección como magistrado del Constitucional del contaminado Arnaldo. Puede que por esa sobredosis de carisma, o su militancia, nunca fue el exalcalde de Donostia santo de mi devoción durante su etapa de regidor pero, quién sabe si también por cosa de los años, hay actitudes que ablandan y hasta te congracian con esa interpretación del liderazgo político. Lo de asumir la disciplina de partido como una cuestión de fe inquebrantable, aunque uno deba sobrellevarla con la nariz tapada, es lo que provoca que la gente huya de la afiliación a un proyecto porque para sumisión sin fisuras ya están las sectas. Comprobado está que para mantener cargos o medrarlos funciona mejor lo de ponerse de perfil y mirar para otro lado, sin cargo de conciencia, como pasa en esa y otras tribunas de la vida. Pero uno cree que para sanar el alma y hasta para el día en que San Pedro nos abra las puertas, mejor avanzar sin disimulo y fiel solo a sí mismo. Al pan, pan, y al vino, vino.

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