ONFIESO que hay cuestiones en las que de puro desconocimiento me dejo llevar por el optimismo antropológico de José Luis Rodríguez Zapatero y transmuto en Bambi. Como nunca he tenido que contratar a nadie, no sé qué se le pasa por la cabeza a un empresario cuando tiene que decidir si abre la puerta a una persona o a otra. ¿Qué haría yo? Contratar al mejor candidato posible, ajustar su sueldo a los estándares de la compañía, que deberían estar ligados a los ingresos y los beneficios, si hay suerte de tenerlos. Por ello, poseído también por el espíritu de Aticus Finch, tengo la impresión de que la patronal, cuyos dirigentes no siempre tienen la suerte de dirigir una empresa, tiende a defender discursos que a pie de obra, en el día a día de la actividad productiva, no tienen mucho sentido. Creo y espero que cuando un directivo necesita contratar a alguien, no valora si despedirlo, llegado el caso, va a suponer un gasto mayor o menor. Al igual que confío en que no sea un cortafuegos pagar dos euros más al mes a la Seguridad Social por un trabajador que aporta a la empresa y que ayuda a que mejore sus posiciones. A veces parece que la patronal maniobra en función de los puestos de trabajo no cualificados, que los hay, que solo sostienen a duras penas el negocio y que no permiten dar un paso adelante. Como diría Finch, "rico o pobre" hay que poder "mirar a cualquiera a los ojos y decir: puede que no sea mejor que tú, pero soy tu igual".

Asier Diez Mon