S de suponer que la investigación abierta por la Liga de Fútbol Profesional por los insultos proferidos a Iñigo Martínez en el partido de Anoeta no llegarán a ningún término. Y a decir verdad tampoco cabe considerarse como grave el incidente y mucho menos inusual. El fútbol alimenta la bipolaridad del personal: lo mismo genera una alegría desbordante hacia el equipo propio que un odio visceral que acaba en el insulto y el lanzamiento de botellas de plástico. Lo más llamativo es que en las imágenes se distingue perfectamente que algunos de los hinchas de la Real que insultan al 4 del Athletic atesoran ya unas cuantas décadas en las alforjas. Es sabido que los mininos de ayer son los gatos de hoy, pero la madurez debería atemperar los ánimos y, sobre todo, los comportamientos. En algunos casos no hay manera, así que no es de extrañar que en el deporte escolar se sucedan de tiempo en tiempo situaciones incómodas, roces entre padres que solo quieren ver ganar a sus hijos y que generan una tensión en la grada que se traslada al campo y provocan conductas poco deportivas entre los niños. Es fácil imaginar que esos padres y, desde luego, madres que caldean el ambiente sueñan con que su vástago triunfe en Primera. Que viva una vida fácil, cómoda hasta el punto de que un portero pueda permitirse decir que ha pasado la "peor noche de su vida" tras un fallo. Otros se despiertan a media noche pensando en que no tienen trabajo o que no llegan a fin de mes.

Asier Diez Mon