AS relaciones políticas se asemejan a los sketches que montaba el encausado Moreno con raciones de chiste fácil y demodé donde todo eran apariencias, rutinas y amor de conveniencia. A la morada Belarra le bastó con un tuit en forma de "ya no te ajunto" y torcer el morro para que el matrimonio con su socio mayoritario entrara en crisis y amenazara con un cese temporal de la convivencia aun a sabiendas de las consecuencias de hacer las maletas y salir por patas de La Moncloa. Su pareja de baile le trata con la altivez propia de quien tiene la sartén por el mango pero obviando que, como diría Amaral, "sin ti no soy nada", y que a la chica favorita con rango de vicepresidenta le pueden llover los pretendientes en forma de votos. Más tormentoso es el enlace en el Palau, donde a sendos novios les encanta montar la marimorena y, si hace falta, alguno se da al ghosting para mirar de reojo a su amante, aunque sus proyectos vitales sean estériles el uno sin el otro. Dicen que les falta la cultura de coalición que es tradición en Euskadi, donde el flirteo de amor/odio entre los soberanistas sigue creciente mientras el romance del gobierno transversal lleva a advertencias donde el orden de siglas no altera el producto. Si llega el momento, nada de esto pasará con la ultramontana derecha, que se daría el "sí quiero" sin rechistar, haciéndose arrumacos y mostrando en público su revolcón sin necesidad de suscribirse a su plataforma. Más que risa, dan más miedo que Halloween.

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