O hay más cera que la que arde y en el caso de la izquierda abertzale el fuego siempre va en la misma dirección. Llevan años amagando con un nuevo rumbo, pero es muy complicado salir de puerto cuando los que manejan el timón son los de siempre y se sienten cómodos en el muelle de toda la vida. Sopla el viento, pero las velas está arriadas. Así que lo que más sorprende de todo lo acontecido la semana pasada, Aiete arriba, Eibar abajo, es que a estas alturas continúen arrogándose un protagonismo y un capacidad de lectura de la sociedad vasca que no tienen. Dijo Arnaldo Otegi el pasado martes que no entendía que el lehendakari estuviera entre "los enfadados" tras el mensaje de EH Bildu en el décimo aniversario del fin de ETA cuando el "país está muy contento". Pues ustedes me corregirán, pero me temo que el día en cuestión, la mayoría de los vascos no experimentamos ninguna alegría. Y se lo cuenta alguien que vio la luz al final del túnel durante la tregua de 1998, a una edad muy tierna. Y que más tarde, en noviembre de 2004, asistió a un encuentro en el que Otegi explicó antes del mitin de Anoeta que la apuesta por la paz era firme. Allí un periodista víctima de ETA le preguntó si algún día condenarían el terrorismo. Hace 17 años, el que hoy sigue siendo líder de la causa respondió que no podían porque las madres de los presos les pedían que no condenaran. Lo malo no es el verbo, sino la dependencia del pasado. El país, Arnaldo, quiere avanzar.