IRA que no iba a escribir del caso de la catedral de Toledo pero ha sido conocer la misa purificadora contra este dirty dancing un poco aceitoso y subir ayer la radio cuando escuché Ateo. Yo a Nathy Peluso no la conocía de nada y al denteroso de C. Tangana de aquel escándalo de verano, ruidoso y tontuno, por un concierto que se canceló en Bilbao por presiones de algunos a los que las ofensas religiosas ahora se la traen al pairo. A mí nunca me ha gustado ni la bachata, ni Tangana ni la Peluso -que repito, es nueva para mí- pero reconozco que la canción me gusta hasta escucharla mientras escribo estas líneas. Hay milles y miles de técnicas de marketing para la multiplicación exponencial de los mensajes. El boca-oreja, los medios, las redes sociales, tik-tokers, plataformas digitales o la visera de la gorra, soporte móvil y alto, pero es aparecer una iglesia y unos maromos sacudiendo el coxis a ritmo de una canción malísima y ya hay campaña montada, un exorcismo y miles de copias vendidas. Luego están los conversos como yo, que íbamos al Yoko inocentemente a bailar Police y ahora perreamos sin descanso en la redacción. El deán hace penitencia y hay que purificar la catedral por todos los clips de dos rombos del mundo en suelo sagrado. Ayer hubo otra especie de exorcismo en Aiete. Pero ese es otro cantar, que es otra forma de literatura. Lo importante siempre, como el perreo, es que se mueva.

susana.martin@deia.eus