L apagón de los juguetitos de Mark Zuckerberg el lunes nos llevó a muchos a tirar de la metadona del Telegram para paliar el mono que en unas horas empezamos a sentir al no poder usar WhatsApp. En una conversación, el corrector automático de la app de mensajería desarrollada por los hermanos Nikolái y Pável Dúrov hizo lo que hacen todos los correctores automáticos: creerse más listos que uno. Así, donde yo puse Ok, el traductor puso Está bien. Se lo aclaré a mi interlocutor, para que no pensara que me había vuelto un finolis de repente, y su respuesta fue: ¡Estos rusos...! Más allá de la broma que recuperaba la Guerra Fría para el mundo de la mensajería instantánea, la anécdota me dio pie a pensar que los correctores automáticos no son todo lo inocentes que podemos creer. Y trasladé el tradicional Traduttore, traditore a un más actual Correttore, traditore. Algún desarrollador de Telegram debió pensar que Ok era demasiado yanqui y que Está bien está bien. Así en castellano, como en el resto de los idiomas, supongo. Además, al libre albedrío de los correctores automáticos hay que unirle la mano negra que esconde bajo siete llaves en los móviles y tabletas la opción de desactivación. Todo ello provoca que, en muchas ocasiones, quien escribe un mensaje en un idioma que no coincide con el del corrector quede como un papanatas, sobre todo si utiliza una lengua minorizada, pongamos el euskera, que tiene sus más y sus menos con correctores y traductores. ¿Todo ok? ¿Todo está bien?