AN sido compañeras en nuestras vidas durante los últimos doce meses. Reciben numerosos nombres: mascarilla, embozo, máscara, antifaz, barbijo, cubrebocas, tapabocas, nasobuco... Las hay de todos los colores y materiales. Blancas, negras, azules claras, con estampados de leopardo, con motivos deportivos, con logos de marcas de lujo, con escudos de clubes y asociaciones diversas, con imágenes de grupos de música, con gestos que podríamos hacer cualquiera de nosotros. Las hay quirúrgicas, FFP2 y hasta FFP3, aunque estas están muy cuestionadas por su agresividad con el que está en contacto con su portador. También existen de tela, algunas de las cuales tienen en su interior una faltriquera para añadirles un filtro protector, que en muchos casos no es más que un salvaslip reconvertido. La mayoría se la coloca pasando sus gomas por detrás de las orejas. Hay quien se pone un suplemento plástico en la parte posterior de la cabeza, donde sujeta las gomas. Y hay quien ideó una peculiar forma de anclarla a las gafas. Su uso nos ha convertido a todos en forajidos sospechosos. Y al que no la usaba, en amenaza viviente para el resto de la humanidad. Pero ha llegado el momento, o está "cerca", de desprendernos de ellas. Y entonces deberemos de tener cuidado. No de contagiarnos, sino de que se nos escapen gestos de desprecio o desaprobación que ahora queda camuflados tras el artilugio.

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