A nieve ha tenido desde siempre dos caras. Por un lado, está ese atractivo de postal que seduce sobre todo a los niños pero que también tiene capacidad para rejuvenecer a algunos adultos hasta equiparlos, al menos en lo emocional, con los más pequeños. Luego está la otra cara, la real, la del colapso de las ciudades, la del bloqueo de las zonas rurales y, en general, la de una ralentización de la actividad. Lo que no sabíamos hasta ahora es que la nieve está politizada. Si nunca llueve a gusto de todos, lo de la nieve ha alcanzado las últimas semanas cotas pirenaicas. Es lo que ocurre cuando la ciudad que se ha convertido en el punto de partida de la reconquista amanece con una capa de nieve hasta las rodillas. Algunos sacan del trastero los esquís y el trineo con el talante de un maestro zen y otros se enzarzan en una pugna política que tiene la consistencia del agua pero que amenaza con durar más que el hielo que ha dejado Filomena. El frío pasará y quedará el eco de la bronca como un nuevo estímulo desde los madriles, el gran reducto de poder del reino de la derecha, hacia las tierras conquistadas por el nuevo contubernio. Y mientras el propio Gobierno español es incapaz de ocultar las costuras abiertas de su traje. Ahora, cuando nos disponemos a transformar el maratón de la vacunación en una prueba de velocidad y se atisba en el horizonte la reactivación de la economía, se echa de menos en España una base mínima de lógica política para levantar lo que se ha caído, que no es poco.