I se pudiera elegir, la mayoría del personal optaría por olvidar el año que se acaba de quedar atrás y que dará tanto que hablar como quebraderos de cabeza. Ha sido tan malo 2020 que el cambio de año huele a tierra prometida. Se oyen los últimos acordes del Va, pensiero de Nabucco y la expectativa de que caiga el telón y vuelva a subir descubriendo un nuevo escenario anticipa una melodía más animada. Incluso la nieve que ha caído esta pasada semana refuerza la sensación de catarsis colectiva. ¡Qué arias habría compuesto Verdi en una ópera que tuviera como argumento el coronavirus! ¡Qué apoteosis lírica habría acompañado la escena final de la vacunación! Un enorme coro de sanitarios convirtiendo en apenas un rumor la música interpretada por una orquesta de políticos y arrancando aplausos atronadores del público. De alguna forma, el 1 de enero marca un nuevo ciclo. Da igual que la guerra no se haya acabado, porque el ánimo colectivo apunta a una victoria y a la retirada del enemigo. No importa que queden dos, tres o seis meses de refriega. Se ha logrado lanzar en tiempo récord una vacuna, tras nueve meses de trinchera y es difícil no asomar la cabeza para disfrutar de la huida despavorida del ejército adversario. La tierra prometida está al alcance de la mano, pero queda todavía un trecho, un pequeño paseo por el desierto. Y habrá que esperar a que el coro ponga fin a su actuación antes de ponerse en pie y aplaudir.