LEMANIA cierra todo porque puede y aquí abrimos cautelosamente y nos tapamos la nariz hasta que las cautelarísimas vuelvan a ser las medidas. No estamos en fechas fáciles para contener la transmisión -dijo ayer el coordinador Garitano- pero a la ciudadanía se le dispensa un desahogo de las restricciones que se confirma como la forma más fácil de seguir contagiándonos. Se nos pide no bajar la guardia pero la que no baja es la curva, que se estanca tanto como la paciencia, la fatiga y el "qué pasará". Debo de ser muy ceniza pero tras las albricias contenidas de la apertura de la hostelería, de la movilidad y estas jubilosas cenas de a diez, el ya célebre LABI parece acechar para anunciarnos que no, que si no podemos echar al virus para atrás por nosotros mismos, lo harán los decretazos. Ni aprendemos y seguimos fallando según lo que nos dan o regalan. Italia, Reino Unido y Holanda refuerzan las limitaciones, los alemanes pueden cerrar mientras rebotan en su colchón de euros pero ¿acaso es necesario que nos juntemos diez a beber champán porque se puede? ¿ Alguien tiene ganas de beber champán? ¿Quién protege a los que cenarán solos de los posibles contagiados gracias a sus allegados? Quizás no podamos en lo económico permitirnos nuevas restricciones pero no una tercera ola que nos caerá como un castigo y hará que se paren los relojes otra vez a justos y a pecadores. Una mala evolución puede ser mucho más nefasta que el peor de los regalos.

susana.martin@deia.eus