N reportaje del Teleberri viralizó a un joven despreocupado por las restricciones sociales porque confesaba que no podía montar una jaia con diez amigos porque nunca hizo tantos. No andaba descaminado el chaval ya que solemos llenarnos la boca cuantificando amistades que no pasan de ser conocidos o simples caras que buscan que les pagues el trago. Qué mejor contexto que el del virus para someter a nuestros colegas a una PCR de los afectos y percartarnos de que las almas gemelas se cuentan con los dedos de una mano. La Universidad de Oxford determinó que, dada la dimensión de nuestra corteza cerebral, solo podemos desarrollar alguna relación con unas 150 personas, un vínculo más estrecho con 35 de ellas, de las que solo diez podrán ser consideradas cercanas, cinco verdaderos amigos y quizás uno su hermano fraternal. ¡Para qué más! Amigo es aquel al que puedes llamar de madrugada para contarle un problema; quien te acepta sin condiciones y alienta para que seas una mejor versión de ti mismo; quien sabe perdonar y olvidar; ese que cuando haces una fiesta lo llamas y viene, y cuando sabe que le necesitas acude sin que le llames... Un tesoro, que reza el dicho, al que también hay que saber cuidar. Y no hace falta tener un millón, como cantaba Roberto Carlos. El sociólogo Gerald Mollenhorst sostiene que si logramos mantenerlo siete años, ya será para toda la vida. Con la mitad, también. ¡Albricias! Tengo uno.

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