OMENTABA unas semanas atrás con un directivo de un banco vasco que hasta hace cuatro días tenía la sensación de que la anterior crisis era la que le tocaba vivir a mi generación -en mi caso también a nivel informativo- y que, una vez superada la prueba, no sufriríamos otro contratiempo en nuestra vida laboral. La respuesta del banquero, algo más veterano que el que suscribe, desnudó mi ingenuidad. Según comentó, ha visto recesiones de todos los colores y además lo ha hecho desde un lugar destacado para ver los estragos que generan estos ciclos. Un banco percibe en primera fila las estrecheces de las familias y las empresas, que en estos casos van siempre de la mano. El panorama, siendo mejor en Euskadi que en otros lugares, no pinta nada bien y habrá que remar mucho para llegar a la orilla. De modo que, tras varios años buscando aquellos brotes verdes tan esquivos de la anterior crisis, volvemos a estar en la misma situación. Agarrándonos a cualquier estadística que apunte a una ligera mejora o a una moderación de la caída. Los datos son tan abrumadores que el debate previo al verano en torno a si la recuperación será en V o en U ha cesado. Ahora parece que la discusión se centra en lanzar la piedra lejos tratando de anticipar el año en el que recuperaremos lo que teníamos el 14 de marzo. Es seguro que llegaremos a ese lugar tarde o temprano y solo queda trabajar para que sea lo antes posible.