AYA por delante que tengo desde hace años la impresión de que la historia la cuentan al revés. Dice ahora quién sabe qué lobby y con qué intereses, que el principio del fin del reinado del monarca heredero de Franco empezó cuando abrieron las puertas del palacio a un plebeyo que había tocado el cielo jugando al balonmano. Siempre he pensado que fue todo lo contrario, aquel deportista llegó a un mercado persa en el que todo valía y se vio con fuerzas y apoyo para asaltar la banca. Su penitencia arrastra, otros ni olerán el tufo de puerta cerrada de la cárcel. Disculpen por que imagino que llevan varias semanas de intoxicación con esta cuestión. ¿Dónde está el exnovio de Corinna? Y miles de palabras juntadas para darle cera al borbón. Pero es que la historia se acaba. Hace un porrón de años, un compañero, al que he perdido la pista y que tendría cuatro argumentos para echar a pastar en estos momentos, me comentó que esta chufla no puede durar mucho. Que el día en el que entregara la cuchara Juancar, le iban a dar cera al vástago. No entraba en esa reflexión todo lo que ha trascendido -¿habrá más?- y esa sensación de que todo su recorrido democrático de la España posfranquista se reduce a un 23 de febrero, lleno de sombras, en el que el rey del espárrago de la Rivera puso la cara por no poner la cruz. Después de eso no ha habido ni un solo ladrillo que refuerce un país condenado a hacer aguas si no se renueva o cambia de estructura.