A fase tres de la desescalada, que empieza hoy, marca para muchos feligreses la vuelta a la normalidad. Desplazamientos entre territorios históricos -y la perspectiva de que Noja esté al alcance a mediados de mes-, bares abiertos al 100% pese a la necesidad de preservar el perímetro de seguridad, incremento del aforo en el comercio y las actividades culturales, reabren los polideportivos... La sensación generalizada es que esto se acaba y están por un lado los que se conforman con llegar al punto de partida, al escenario de la primera quincena de marzo, y, por otro, los que estiman que hay que situar la meta mucho más allá. Estos últimos defienden que hay que abordar una reflexión en torno a la sociedad que queremos. Quieren aprovechar el revolcón que nos ha dado el coronavirus para renovar un modelo demasiado consumista y poco social, poco solidario. No les falta razón y los próximos meses, si de verdad la pandemia se ha controlado y la mirada va más allá de la crisis sanitaria, veremos cómo afloran sus consecuencias. Más personas viviendo en la calle, más hogares al borde o dentro de la pobreza, más familias sacudidas por la falta de trabajo... La clave es si todo ese panorama nos llevará a ser más solidarios o, al contrario, marcará más diferencias sociales. Me temo que no habrá un movimiento generalizado de apoyo a los más necesitados, pero sí hay que esperar que de alguna forma todos seamos algo menos egoístas.