AN sido estas primeras veinticuatro horas de la fase 2 como un raro estreno, de esos que te sientan bien pero no te acabas de ver. La gente disfruta en las terrazas de la happy hour , esa hora feliz para consumir mientras yo siempre creo que hay, o demasiada gente o poco espacio. El autocine de Getxo se abre esta semana con una película inspiradora donde las haya para la nueva normalidad en esta estrenada era de la aprensión. Proyectan Tiburón, para que luego nos digan que no salgamos con temores, que hay que fomentar el turismo e ir a la playa porque una dentadura ya da menos miedo que un catarro. La amenaza, que siempre es un espantajo, resucita en su otra hora feliz, que no es la de la pinta sino la de la banderita. Hasta ellos han vuelto, rodeados de sus rojigualdas y cacerolas, sonando sus rondones con la cubertería de plata, la de ellos la más grande y libre, la cacerola, claro. Destacan como macarras ultrafinos, porque lo suyo es ya un contraestilo más feo que un tiburón, ni con virus mundiales se enemigan con el cansancio y dan una pereza enorme sino fuera porque en su hora feliz ahora ya no dan ni yu-yu, solo vergüenza y muchas ganas de atizarles con aerosoles de alcohol. Son el gran virus y constituyen una gran emergencia mayor si cabe que el covid, el camino más corto para que Ayuso pusiera una querella y se hiciera unas cuantas fotos. De miedo.

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