ARECE que hace una eternidad cuando mirábamos con toda la distancia que puede haber desde aquí a la ciudad china de Wuhan el confinamiento por un desconocido virus respiratorio. Otra eternidad desde que cancelaron el Mobile en Barcelona y aquello lo seguimos oteando con la distancia que siempre dan los kilómetros y la prevención ante los grandes eventos. Una eternidad ha pasado tras diez fines de semana desde el decreto del estado de alarma y las risas nerviosas por la carestía de papel higiénico, las clases de yoga, el teletrabajo y la necesidad de doblegar una curva mortal. Es conocida la sensación de que el reloj no avanza como debiera en esta larga cuarentena pero el tiempo no se detuvo. Lo hicimos nosotros y ahí, como un lugar lejano, el kilómetro cero de un espacio de tiempo que percibimos en el destierro que da la parálisis. Llega el momento de la descompresión, de levantar la persiana, abrir las aulas o ir a votar aunque la sensación de perpetuidad no desaparece porque seguimos en un presente permanente, el pasado queda muy lejos y el futuro también. Pero hoy, más seguros, sabemos que una vacuna ha mostrado su eficacia generando una inmunidad semejante a los que superaron la enfermedad. Buenas noticias en este lugar del tiempo que es el de, otra vez, lo cotidiano. Sobrevivir es también pensar que la vida que nos queda pendiente puede ser otra eternidad.

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