DEBEN pedir perdón los políticos? ¿Dimitiría si tras el 10-N no logra ser presidente? A la doble pregunta del periodista, Sánchez titubea, descolocado en una comparecencia guionizada hace tiempo, y responde. “¡Si yo soy el líder de la fuerza más votada!”. Le siguen 15 segundos de largo silencio, aquel que Rivera le instó una vez a escuchar, que televisivamente desnudan el gesto altanero, casi despectivo, del socialista. Como un alumno que llega a clase sin hacer los deberes, excusándose con que se los ha comido el perro y responsabilizando del accidente a su familia. Con ese mismo rostro hierático, ensimismado en sí mismo y pose chulesca amenazó ayer a Rufián con otro 155 en Catalunya, evidenciando que el manual sanchista, que no distingue Ferraz de Moncloa, no solo desprecia el multipartidismo sino que tira por la ventana su idea de nación de naciones, si es que algún día la tuvo. Aquel aspirante a político de altura que en 2011 tuiteaba que Scariolo no era el entrenador idóneo para la selección española de baloncesto, demostrando nula capacidad como visionario, pasó de pedir el voto para frenar a la derecha a reclamar a esta su apoyo para huir de la coalición con la izquierda. Ni rojo, ni colorado. Y en esta cofradía del santo reproche, el ciudadano Albert sobreactúa su cabreo: que a nadie le extrañe si el 9 de noviembre, como siempre sin tarjeta, le manda (a Pedro) un ramito de violetas. Y este, en silencio, las acepta. Es el PSOE, amigos.

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