Mirarse el ombligo desde la perspectiva universal en la que uno no es sino una minúscula partícula perdida en el infinito galáctico, da la medida más fidedigna de la estupidez humana. A efectos prácticos, no somos nada (y ni siquiera caeré en el error de la coletilla paliativa que sitúa la desnudez como agravante). Así las cosas, sería estúpido por mi parte creer que este artículo pasará a los anales del periodismo, de la misma forma que es estúpido pretender que la fallida sesión de investidura de ayer en el Congreso de los Diputados tendrá alguna relevancia histórica. Incluso si Pedro Sánchez llegara a ser presidente, su mandato no ocuparía más allá de media línea en los libros de historia, no digo nada ya, por tanto, de las escaramuzas parlamentarias que están haciendo correr ríos de tinta y gigas de bytes. En esa media línea que obligarán a memorizar a algún aburrido estudiante (aunque tampoco pasará nada si la obvia en el examen) no aparecerán Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias ni todos los demás. Por ello, yo aliento a los protagonistas de estos días a disfrutar de su momento de gloria; a leer, oír y ver todos los informativos que puedan, porque esta es su minúscula partícula incrustada en este preciso punto fugaz del tiempo y del espacio. Y tras el disfrute de ese momento, les invitaría a reflexionar sobre la irrelevancia de sus pavoneos, porque como decía antes, no somos nada (y en pelotas, menos, Albert).